Ennuestro país han ardido este año alrededor de trescientas mil hectáreas. Un añadido insoportable a las intolerables cien mil hectáreas que se volatilizaron de media en España en la última década. En estos días de retiro en nuestra sierra compruebo lo seco que está el campo, la sequía, la ola de calor y todo el efecto climático que se quiera añadir; pero sobre todo ello sobresale algo aún más impactante que lo anterior: el de la huella del hombre en el paisaje; no como consecuencia de las emisiones de CO2, sino a causa de la idiotez ecologista. No hay peor emisión a la atmósfera que la estupidez humana. El mundo rural, ganaderos y agricultores han sido convertidos estos años en peligrosos criminales que no pueden levantarse por la mañana sin conculcar una decena de leyes y dogmas perfectamente correctos con el medio pero que a la postre están acabando con nuestros bosques, amén de los pirómanos descontrolados que vagan por el territorio. Tener ganado es hoy una profesión de riesgo que aboca a una ruina inevitable; un ganado que aseguraba la limpieza del monte y prevenía incendios. Las restricciones, las prohibiciones al hombre del campo impuestas desde despachos de la capital que escucha antes a asociaciones que igual promueven no comer carne como no explotar los recursos naturales, influyen en nuestro paisaje mucho más que cualquier cambio del clima. Esto en los pueblos lo sabe todo el mundo, los mayores aún mejor; no hace falta ser ingeniero. El insufrible ecologista urbanita y el discurso asumido por una masa dispuesta a comprar la nueva religión del apocalipsis climático es parte del problema, no la solución. Nuestros sagaces políticos deberían dejar en paz al mundo rural para que vuelva a cuidar y explotar el monte. Hace 50 años no había tanto incendio en España, nos deberíamos preguntar por qué.

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