Uno de los recuerdos más emotivos que tengo en mi retina cofrade ocurrió hace cinco años. Fue con motivo de la Coronación Canónica de la Esperanza de la Yedra. Yo no estaba en el candelero en esto de las cofradías. Pero vivía muy cerca de la Esperanza y la hermandad me llamó para hablar conmigo. A un grupo de cofrades se nos planteó si queríamos estar al servicio de la hermandad el día de la pontifical que coronaría a la Virgen de la Esperanza en la Catedral jerezana. Se trababa de cuidar el protocolo, las puertas de entrada y atender a los muchos invitados a la celebración. Por supuesto que ahí estuvimos todos incondicionalmente. Al servicio de aquellos hermanos que dejaban muchas responsabilidades en manos de otros cofrades para que ellos disfrutaran plenamente de la coronación de su Virgen.

Un par de noches antes, tarde, en la Catedral, estuvimos reunidos preparando todo lo que la hermandad nos encomendaba. De pronto, la Virgen, sencillamente vestida, en la penumbra del templo, rodeada de cirios de hermanos y bajo el rezo del Avemaría, fue trasladada hasta la capilla donde reside la hermandad del Resucitado. Iba a ser vestida de Reina para el día grande de su coronación. Ella estaba más bella que nunca. Con los más cercanos. A pesar de la oscuridad, su rostro radiaba esa hermosura serena. Tuvimos el honor de ver a una Reina momentos antes de ser adornada con sus mejores galas. Fue una escena que nunca olvidaré. Entre otras cosas porque vimos la sencillez de María. Y sobre porque cuando vimos el brillo de sus ojos en medio de la penumbra, comprendimos que Ella estaba con nosotros. Que intercedería para siempre en nuestras vidas. Y así ha sido.

Gracias a los cofrades de la Yedra por tan maravilloso regalo. Han pasado cinco años y no lo he olvidado. Ni lo olvidaré.

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