Han pasado los dos primeros grandes días de la Navidad; este año por culpa de ser domingo el tercero, ha durado más el cierre casi total de la ciudad. Ha sido un primer sector bastante a contracorriente. Para colmo la tan necesaria lluvia ha llegado esos días señalados con lo que ha mojado - empapado diría yo - las ilusiones de muchos comercios que necesitaban una fortaleza que diera un respiro a la maltrecha economía de casi todos. El día de Nochebuena era una fecha especialísima para que la gente se echara a la calle con objeto de finiquitar con rumbo el periodo de zambombas. Nada de nada. La lluvia, el hartazgo de todo y por todo, los contagios - los muchísimos contagios -, el miedo de pensar que muchos resfriadillos con los que nos encontramos en las calles fueran más que un simple catarro estacional, lo cortito de la economía y, por supuesto, las previsiones que proclaman, los que de eso saben, de que cuando el Rey Baltasar - si hubiera cabalgata, que lo veo bastante complicado - se baje de la carroza y rinda pleitesía al Niño Dios de Cristina, habrá un notabilísimo retroceso de la economía, ha dejado a la gente en su casa, aguantando el tirón, mirando el móvil, mandando mensajitos y reenviando los infinitos ridículos deseos de felicidad que te envían los que como uno se encuentran encerrados a la fuerza. De pena; de pena la realidad existente; de pena que no haya caído una gota en meses y, en dos días, haya vuelto el diluvio universal; de pena la dichosa cepa que tanto sufrimiento está produciendo; de pena los mensajitos de los móviles; de pena el programa de televisión - soberano ridículo de don Boris y de doña Ana -; de pena lo que tenemos y lo que nos espera… Este que esto les escribe, a pesar de la pena, les desea un año inminente lleno de venturas, de felicidad y, sobre todo, de salud; de mucha salud.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios