Ya tenemos ley que regula la eutanasia y permite mandar al otro barrio a enfermos desahuciados. Pero, si entendemos la muerte como algo malo o negativo, la bondad de la maldad resulta contradictoria. Si, como para los cristianos, la vida terrena es camino para la otra que es morada perpetua y placentera, la bondad de lo bueno es una redundancia.

En la Grecia clásica, la eutanasia no tenía nada que ver con pócimas letales para moribundos. Gozaba de una buena muerte quien había disfrutado de una buena vida. La buena muerte, así entendida, estaría en el plano de una muerte noble y sin cobardía. Desconectada del fallecimiento zoológico que, en aquellos tiempos pretéritos, no diferiría mucho de la muerte de un perro. A nosotros, nos llega por Suetonio, cuando narra la muerte de Octavio Augusto. El emperador viéndose morir llamó a sus cercanos y les pidió que le aplaudieran, si consideraban que había cumplido bien la terea de su vida. Todos aplaudieron y Suetonia afirma: "tuvo una buena muerte".

Morir honrosamente explica la cantidad de imágenes de Jesucristo con la advocación de la Buena Muerte, paradójicamente, un fallecimiento lento y doloroso.

Hoy, en una sociedad occidental y médicamente avanzada como la española, nadie ha de morir con dolor físico. Existen remedios paliativos. La ley aprobada alude a limitaciones que produzcan sufrimientos físicos o psíquicos de imposible curación o mejoría apreciable. Meros conceptos indeterminados que, a buen seguro, resolverán los familiares cercanos o las autoridades sanitarias. Esta buena muerte podrá servir, en muchos casos, para la buena vida de esos familiares que se deshacen de un enfermo pesado y acceder a su patrimonio. A la buena vida del Estado, por librarse de un paciente caro y de sus prestaciones. De esto no hablaba Suetonio…

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