Hablar en Jerez de El Guapo no confundía a nadie. Todos sabíamos que se referían a Juan Romero Pantoja, cantaor gitano del barrio de Santiago, gran saetero y dominador de los cantes fragüeros.

Lo conocí hace muchos años, en la década de los años sesenta del siglo pasado porque paraba en la lechería de Pepe el Lechero en la calle Francos, número 18, casa que se encontraba frente a la de mi familia.

Muchas tardes me paraba cuando venía del colegio para hablar un ratito con él, ya que su conversación, siempre amable y cariñosa, me parecía interesante y esclarecedora de las muchas dudas que tenía sobre este mundo tan enigmático y profundo como es el del flamenco. Ya, por entonces, mi siempre querida Luisa Carrasco Vargas, que trabajaba en casa, se había preocupado de iniciarme en las vivencias de los bautizos y toma de dichos de las familias empadronadas en la collación de este barrio tan jerezano y flamenco.

Años más tarde y con motivo de las muchas exaltaciones de la saeta que he ofrecido como expresión del cante religioso y flamenco de nuestra tierra, tanto en Jerez como en otras ciudades andaluzas, pude contar con su valiosísima colaboración, siempre de forma desinteresada y, lo que es más importante, gozar de la impagable maestría del Guapo en lo referente a todo lo que significa este cante dentro del acervo cantaor: la importancia de las letras escogidas, la forma de vestir para ejecutarlo, acertar para el afinamiento del tono de salida, para lo cual, Juan, siempre se ponía el pañuelo que llevaba en la mano delante de la boca para que no se escucharan los ayes de iniciación hasta que encontraba el tono preciso.

Pero El Guapo ha sido un cantaor no sólo de saetas. Ha sido un gran dominador del cante por tonás, seguiriyas, soleares, fandangos, y para el baile - puede dar fe de lo que digo Angelita Gómez - alegrías, caracoles, bulerías y hasta la caña.

No quiso ser artista porque prefirió la seguridad de un trabajo fijo, pero podía codearse con muchos de los favoritos de la época.

Llamó la atención, siendo niño, de la Niña de los Peines y Pepe Pinto cuando, en plena Campana, subido a un cajón de cerveza, se marcó una saeta que puso boca abajo a los sevillanos que la escucharon y en los años ochenta, con motivo de la entrega de premios del programa flamenco de Radio Nacional de España El cuarto de los cabales que dirigía por entonces mi buen amigo Pepe Verdú, un primer espada del cante que recibió el premio al cantaor del año, se despidió informalmente de los presentes, entre los que me encontraba, cantando por tonás. No sabía que, cuando terminó, desde el rincón de enfrente del patio donde estábamos, la sabia respuesta del Guapo, lo dejó entelerido ante la grandeza de lo que todos habíamos escuchado. De repente, el cantaor, recogiendo una gabardina que puso sobre su brazo, cogió la puerta y se najó.

Grande Juan Romero Pantoja, gitano cabal, grande como cantaor y grande como persona. En este último adiós, mi recuerdo entrañable para ti, amigo.

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