El origen de la cesión está en la propia Constitución, que reconoce la existencia de nacionalidades y regiones sin concretar que son, cuales sus diferencias y quienes ostentan tales categorías. El texto no gustaba ni a tirios ni a troyanos, pero fue lo mejor que se pudo firmar en una época dispuesta a convivir en paz y superar el pasado. El partido quedaba en tablas, los tirios pensaban que las aspiraciones soberanistas de los troyanos quedarían colmadas y estos entendían que esa rendija les dejaría colarse en un futuro en escenarios más favorables para plantear el Jaque al Régimen del 78.

Todos los Gobiernos de la Democracia intentaron- bien por convencimiento, bien para completar mayorías- contentar al nacionalismo con concesiones que dejaban con cara de tonto al resto. Ni por esas. Llegamos al Golpe de Estado de 2017, Rebelión que el Supremo dejó en Sedición y que el progresismo patrio ha dejado en nada para que el independentismo lo vuelva a intentar, esta vez con tranquilidad y sin que el Estado de Derecho tenga herramientas precisas para defenderse. El socialismo reinante en un discurso que solo repiten los muy convencidos, afirma que sus políticas buscan la convivencia y la integración de Cataluña en el conjunto del Estado, mientras colocan al resto fuera de una Constitución de la que parece que sólo ellos se han hecho interpretes legítimos. Togas golpistas, ataque inédito a la Democracia, acusaciones de no respetar los resultados electorales, iniciativas impensables hace nada para retorcer las mayorías constitucionales, son la partitura de la mayoría de un Parlamento compuesto legítimamente por un Gobierno echado al monte de la radicalidad que pacta con los abogados del golpismo y los defensores de una "democracia" a la medida de nuestro reverso iberoamericano. Malos tiempos para la convivencia.

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