Está claro que las cofradías están lanzadas hacia un proceso evolutivo. No que ya no se tiene muy claro es el lugar adónde van a llegar. Si a buen puerto o a una incierta ciénaga. Hace unos días, Ildefonso Muñoz, hermano mayor de la Soledad al que le tengo un sincero aprecio, me comentaba que lo del cambio de día del pregón tampoco era como para que se remuevan los cimientos de las tradiciones cofrades. Sinceramente, querido Ildefonso, yo no lo veo así y existen cosas que son mejor no tocarlas. Aunque hayan damnificados.

En este proceso del que no sabemos muy bien cómo saldremos, existe un argumento que no deja de hacerme cierta gracia cuando hablo con gente que, para colmo, tienen responsabilidades en las cofradías y en la Iglesia diocesana. Me vengo refiriendo a eso de que los pasos salen para que la hostelería gane dinero y los bares se llenen. A tenor de este razonamiento, las nuevas normas diocesanas que no sabemos en qué decenio serán aprobadas por el Ordinario, deberían de declarar en su preámbulo y fines que las hermandades y cofradías deberán trabajar para que la hostelería haga caja y los barriles de cerveza vuelen cada vez que una manigueta asome por el dintel de una puerta.

Visto lo visto, no me cabe la menor duda de que todo esto se ha ido de madre. Que yo sepa, humildemente, las cofradías están para rendir culto divino a sus sagrados titulares y promover la religiosidad popular. Cuando escucho a un cofrade hablar de la hostelería me florece una comprensiva sonrisa. Es justo el momento en el que comienzo a pensar que todo esta singladura que las cofradías están surcando no parece llevarlas a buen puerto. Al menos con argumentos tan débiles como este.

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