Hay quienes, todavía, siguen culpando a los jóvenes de casi todo. También, todavía, hay quienes repiten esa más que pasada de moda afirmación de que "los jóvenes solo quieren juerga y no tener responsabilidades". Se trata de un pensamiento tan arcaico como recurrente en un sector de la población que busca culpables entre sus propias miserias de ciudadano medio.

Si bien los ya adultos que hemos gozado de la suerte o la desdicha de nacer entre 1990 y 1996 -aproximadamente- hemos tenido, desde pequeños, casi todo al alcance de nuestra mano con el solo esfuerzo de nuestros padres, también nos hemos encontrado -y nos encontramos- en una continua incertidumbre frente al presente y al futuro tanto cercano como lejano. Si muchos de nosotros pudimos tener una videoconsola, un ordenador y un móvil cuando 'correspondía', la negatividad a veces nos absorbe al ser conscientes de que, casi con total seguridad, la mejor época de nuestras vidas ya ha pasado y que lo que queda es sobrevivir en esta selva que es el sistema.

No hemos vivido una guerra, una posguerra ni una dictadura, no. No obstante, vivimos en un continuo agobio ante la falta de una estabilidad que nuestros padres, siendo más jóvenes que nosotros, encontraron con relativa facilidad. No nos hemos visto obligados a vendimiar, a recoger remolacha o a pasar por la 'mili', pero nos hemos encontrado con que una carrera, dos másters y dos idiomas no son distintivos de nada ni de nadie en el mundo en el que nos ha tocado vivir.

Hay, en general, pocos 'ninis', pero hay quienes todavía los señalan como parte de la culpa de la desventura de la juventud en su conjunto durante esta generación. Una generación que, sin comerlo ni beberlo, se ha encontrado con una crisis sin precedentes hace ya una década y, ahora, con una pandemia que pone en vilo a cualquier estabilidad a corto-medio plazo y que no nos deja escapar de la realidad que nos abruma día tras día sin una verdadera solución.