En el último tercio de la lidia, de modo excepcional, cabe la posibilidad de que el toro sea indultado y no muera. Se requiere que sean plazas permanentes y en corridas o novilladas con picadores. Su finalidad es preservar la raza y casta de las reses. El indulto debe ser pedido conjuntamente por el público y por el diestro que lo lidia y contar, además, con la conformidad del ganadero o mayoral. Es un premio a la res que destaca por su bravura y calidad en la embestida. Una vez indultado, será curado de las heridas y padreará mientras viva y pueda.

En julio de 2010, el parlamento de Cataluña aprobó la Ley que abolía las corridas de toros, en las que el animal muere. Fue, sarcásticamente, una victoria del independentismo para borrar cualquier raíz común de Cataluña con España. De nada sirvió que el Tribunal Constitucional resolviera en 2016 que la ley catalana invadía las competencias estatales porque la fiesta de los toros estaba declarada patrimonio cultural inmaterial del Estado. La mansedumbre ha impedido que se vuelvan a celebrar.

Desgraciadamente, son los propios nacionalistas, -con ese asco a lo español-, los que han impedido que haya indultos en Cataluña. Así que astifinos y mochos, corniveletos y capachos, negros mulatos y zaínos habréis de esperar a mejor ocasión. No se cumplen los requisitos. Si no son lidiados en plaza permanente, ni el público lo pide, ni los diestros pueden buscar su perdón y el ganadero tampoco lo consiente, no hay nada que hacer. Toda la familia taurina mantiene un rechazo proporcionado a la altura del permanente desprecio y la absurda superioridad del independentismo catalán.

El Reglamento es claro: 'El presidente que conceda el indulto incumpliendo las prohibiciones o las condiciones reglamentarias para otorgarlo, podrá ser declarado no apto para tal función'. Tome nota la autoridad competente...

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