Las decepciones están a la orden del día. Los que creíamos en la condición humana inmaculada y sin aristas lo sufrimos más. Si no, que se lo pregunten a Corina por lo de su amigo real, a los miles de ucranianos que esperaban algo más de sus compatriotas europeos o a los aficionados al fútbol con una selección deseleccionada. Es más, si en algo se pueden definir los primeros días del mes de diciembre es con la etiqueta de ser días decepcionantes para los encantos que se preveían antes de empezar el famoso mega puente de fiestas de la primera semana del último mes del año.

El día de la bandera de Moreno Bonilla metido con calzador. La Constitución de los Sánchez en entredicho. Santa Claus en decadencia. La antigua autopista de peaje dejada de la mano de los baches de Dios. Las ciudades modernas y de investigación en los sueños de Morfeo. La Inmaculada fuera de sitio. Las agencias de inteligencia espacial y artificial jerezanas eliminadas en octavos. Zambombas suspendidas. O sea, un largo cúmulo de chascos continuados que no hacen sino hacernos ver que la realidad supera con creces a la ficción.

Sobre todo hay que afirmar, y sin pedir explicaciones, lo complicado que es todo cuando se ponen tantas expectativas y de la noche a la mañana acaban por los suelos pisoteadas y sin rumbo. Lo que más cuesta entender para hacerse la foto, con independencia de decir patata, es la falta de constancia en cuanto nos despistamos. La improvisación no lleva a ningún lado y es por ello que se puede lograr que el lado amable de la decepción sea poder recuperar fuerzas para tomar decisiones para el futuro.

Solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena, y en estos días es muy fácil que tengamos que acordarnos de la santa por las nubes y por los miles de objetivos no cumplidos de un año más de nuestras vidas que no vamos a poder recuperar. De concepto inmaculado.

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