Hasta no hace mucho se defendía la honra de la mujer, a capa y espada. Esa honra tenía que ver con el pudor, la honestidad y el recato de las féminas. Honra que se debía mantener hasta el altar, según mandaba la Santa Madre Iglesia. O, como la mujer gitana, demostrarla con tres rosas en el pañuelo. En la corrección política actual, esas reprobables practicas no son más que la manifestación de un 'heteropatriarcado' cultural. Y, al menos por esta vez, lleva razón porque todos debieran saber a estas alturas, que el himen y la virginidad no tienen correlación fisiológica.

El feminismo empoderado, que es otra construcción cultural como el machismo -aunque más moderna-, nos propone una mujer libre, y en lo sexual, libérrima. Hoy, la mujer liberada nos la exhibe Tele 5, en la Isla de las Tentaciones. Si este programa se hubiera emitido hace veinte años, quizás se hubiera visto como un lupanar de lujo frecuentado por niñatos maleducados y pésimos estudiantes. Bajo el nuevo Credo es un 'reality' de mujeres libres y empoderadas que se divierten, a su antojo, con una colección de sementales de primates, con los que exponer públicamente sus instintos básicos. Desde plató, sus madres comentan orgullosas las hazañas amatorias de sus chicas e, incluso, porfían con otras madres sobre cuánto de empoderadas están las unas sobre las otras. Hace veinte años cualquier madre hubiera matado por defender la honra de sus hijas, hoy matan por demostrar a cuál de ellas empoderan más y mejor.

A este feminismo de lo sexual, sin culpa ni pudor, se le llama en ortodoxia contemporánea 'feminismo vibrante', quizá no tanto no por el ímpetu elástico del adjetivo, como por el hedonista aparato de estimulación sexual. Este Credo difiere poco del macho promiscuo y la hembra sumisa. Es lo mismo, pero al revés. Nada nuevo.

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