éramos demasiados los que creíamos que el modelo de los últimos lustros de vida no daba para mucho. La falta de valores y de vergüenza torera se los ha cargado el famoso coronavirus. Aunque sea como efecto colateral hay que decir, con el máximo respeto, que no hay mal que por bien no venga. Los que vivían con falta de criterio y entregados al avance de la sociobasura más allá de la televisión se han dado de bruces con una realidad en la que se pone en tela de juicio todo lo que estaba llegando a ser trending topic. Ahora se ve más claro que todo era política, economía y religión.

Las fiestas religiosas de los solsticios de invierno para celebrar las llegadas de mesías, las paganas de los carnavales, las de los santos en romería, las de las ferias de caballos y las de los ritos catequéticos disfrutados en la calle con la magnificiencia que ahora se encierra en algunos claustros dominicanos, estaban rellenos de parafernalia ilustrativa. Lo de derecha delante e izquierda atrás no es sino una metáfora de inquinas partidistas para dormir tranquilos a pesar de tener la conciencia intranquila en cuanto a las veleidades personales. Lo de lavarse las manos ha dejado de ser un anatema para estar a la orden del día de los Pilatos que hoy corren por nuestras calles usando como agua bendita el gel hidroalcohólico.

Nadie, en su sano juicio, ya habla de los apócrifos como agua de mayo sino que son capaces de usar mascarillas quirúrgicas para defenderse de la salivación verborreica de quienes no tienen claras las cosas. Los Judas de las mesas son más fáciles de detectar por las restricciones de aforo.

Las pocas luces de algunos están ahora mimetizadas en los edificios emblemáticos de las ciudades para dotar de asombro las carencias de las mayorías. Luces y sombras en uno de los jueves que siempre reluce más que el sol, en pleno siglo D.C. No de Cristo sino del coronavirus.

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