D ESDE hace días, cada vez que me acerco a la sala de exposiciones 'Arteadiario', ubicada junto a esta redacción (allí y aquí tienen ustedes su casa) no puedo evitar lanzar una mirada de soslayo a una fotografía captada por Manuel Viola en la localidad hindú de Trikutachala. En ella, una maestra esgrime su vara ante numerosos niños que, en ese momento, muestran en sus caras verdadero terror. ¿A quién va dirigido el azote? ¿Quién lo recibirá? ¿Será fuerte? ¿Podré esquivarlo? Son incógnitas que salen del papel y te entran por los ojos. La fotografía es como una buena película de terror: no tienes que ver la sangre para saber que ésta corre por el suelo como un manantial, ni escuchar el 'bang' de un disparo para saber que alguien ha perdido la vida. Simplemente ves las imágenes y conoces el final. Esa fotografía, expuesta dentro del ciclo Fotojenia en las instalaciones de este periódico, es por sí sola un documento. Echas la vista atrás y recuerdas la regla estampándose en la punta de los dedos... Háganme caso, vengan a verla.

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