Si necesitan un ejemplo sencillo de lo que significa el término ingeniería social, la Ley Trans, de inminente aprobación, se lleva la palma. Con la excusa de una necesaria igualdad de derechos de las personas trans, la norma recoge cuestiones que escandalizan a una parte sustancial del activismo feminista, a la comunidad científica y al propio sentido común.

Al margen de que el borrador de la ley pretende la sinrazón de que cualquier persona pueda cambiar su sexo sólo con acercarse al Registro Civil y solicitarlo sin otro requisito que la declaración expresa, el daño de verdad está en que por ejemplo una menor de 11 años -aun no formada y al margen de lo que la familia diga-, se le aplique tratamientos farmacológicos con graves efectos irreversibles. Médicos, juristas, educadores, feministas históricas y parte de la sociedad civil que se opone a esta barbarie es tachada sin piedad de transfóbica y fascista, insulto que vale para todo; arruinar la vida de los niños ahora es acompañarlos y protegerlos y si una madre se opone a que a su hija le apliquen el tratamiento, la ley la tacha de maltratadora justificando la intervención del Estado, pudiendo perder en algún caso, la patria potestad. El dominio del universo queer se despliega en el ámbito político, educativo, sanitario y legal con una eficacia que asombra, te encuentras a gente con una formación nada desdeñable defendiendo idioteces sin fundamento más propio de dinámicas sectarias y muy ideologizadas que del uso de la razón y la experiencia. Lo más inaudito es que esto lo promuevan movimientos que se llaman progresistas que se caracterizaron históricamente por su antiamericanismo, del Yankies go home a comprar las teorías más disparatadas nacidas en los departamentos universitarios americanos. Hay que reconocerles el talento, aunque sea para el mal.

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