Línea de fondo

Santiago Cordero

Santiago.cordero@jerez.es

El hoyo de la victoria

La experiencia es un activo poco valorado

No recuerdo qué jugadores fueron los protagonistas, ni tampoco el campo de golf donde sucedió; creo que fue en Escocia o Irlanda, pero en el fondo esos datos no tienen importancia alguna. El caso es que en los días previos de un torneo muy prestigioso, el jugador que partía como favorito, veintipocos años, un metro noventa, fuerte y con un talento descomunal, se cruzó en la zona de prácticas con una vieja leyenda, ganador de ese mismo torneo 50 años atrás. El hombre se conservaba bien para la edad que tenía. Rozaba los 75 y todavía practicaba el deporte que lo convirtió en un mito.

El joven jugador se acercó a saludarlo. No sé cómo sucedió con exactitud, me dijo el periodista que me contó esta historia, pero el caso es que, después de los saludos, las risas y los comentarios, ambos se subieron juntos en un cochecito y se fueron al campo de golf. Llegaron al tee del hoyo 16, el denominado de la victoria, un dogleg (hoyo que se curva bruscamente más o menos a la mitad hacia la derecha o izquierda), par 4, con un bosque de altísimos árboles que aconsejaban a la mayoría de jugadores no intentar cruzarlo por encima para acortar distancia. Se decía que quien salía líder de él en el último día solía ser el ganador del torneo.

El joven campeón y la vieja leyenda iban a jugar ese hoyo. –¿Recuerdas cómo lo jugaste cuando ganaste? preguntó el joven. –Sí, lo recuerdo como si acabara de realizarlo ahora mismo. El viejo señaló con el índice, alargando su brazo hacia la mitad del bosque. –Cogí mi madera uno, yo estaba casi tan fuerte como tú -esbozó una sonrisa y guiñó al joven-, sabía que mi única opción era intentar pasar por allí para ponerme líder. Me dije ‘hoy es el día’, reventé la bola y la deje en el green a menos de medio metro de bandera. Hice un eagle (dos bajo par) y me puse líder con un golpe de ventaja.

El joven no se lo podía creer. –¿Pasaste por encima del bosque? -exclamó-. –Tal y como te lo cuento -contestó el viejo-. El chaval casi se sintió obligado a intentar el mismo tiro. Poco tenía que perder, puesto que no estaba en competición. Colocó la bola sobre el tee, cogió su drive de última generación, infinitamente superior a la madera que usó el viejo 50 años atrás, hizo un swing de práctica, se concentró. El golpe fue excepcional, la bola, como un misil, buscaba la altura suficiente para pasar la copa de lo árboles, parecía que lo iba a conseguir pero en el último instante se topó con un árbol y cayó en medio del bosque.

Con cara de decepción, se volvió al viejo y le preguntó –¿Cómo pudiste hacerlo? Con una sonrisa un tanto burlona dijo –Reconozco que fui muy atrevido al jugármela con aquel golpe. La diferencia con el tuyo es que los árboles entonces tenían 50 años menos y eran muy pequeños. Después soltó una carcajada, mientras le daba una palmada en la espalda al joven e inexperto campeón.

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