L A nueva censura tan del gusto de los revolucionarios sin lecturas que nos gobiernan nos sorprendía esta semana con la idea de suprimir cualquier mención en los premios que llevan su nombre por méritos evidentes a figuras como Pidal, Marañón, De la Cierva o Ramón y Cajal. Por fachas. Cualquier día nos investigan si de niños leímos a los machistas maltratadores Roberto Alcázar y Pedrín, al homófobo Guerrero del Antifaz o al Jabato. De la quema se salvaría seguro el Capitán Trueno, creado por un exiliado de la República. Me confieso culpable de haberlos leído a todos. También de mayor de leer a Marañón. No gusta Don Gregorio a esta élite mediocre que nos dosifica pastillas de modernidad y progreso en forma de mala historia seleccionada por la nueva inquisición enemiga del sentido común. No me extraña que tuviera tanto éxito el pasado mayo aquello de comunismo o libertad. Marañón fue un liberal esencial como otros intelectuales de su época en el advenimiento de la República que vio que a los diez minutos de instaurada nada tenía que ver con el proyecto de progreso patrio al que aspiraba.

Tan pronto se moscovizó el ambiente político surgieron los extremismos y la nula posibilidad de concordia. Don Gregorio fue médico insigne, escritor, humanista en un tiempo en que los hombres de ciencia no sólo sabían de lo suyo.

Fue liberal de actitud vital más que política; recetaba cierta postura de ambivalencia bien entendida para intentar comprender al otro, al hermano que transita por un universo ideológico diferente -pero que es parte de mi realidad y circunstancia- con un anhelo de convivencia pacífica. Sufrió al Madrid de la Checa, huyó y solo pudo volver terminada la guerra, pecado mortal hoy.

La condena sirve a veces para revivir a la víctima y señalar al verdugo. A lo mejor la obra de Marañón revive, quien sabe.

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