Podríamos tener un mundo maravilloso como en la canción. Todo estaría servido para lograrlo. Un mundo que parecería un parque temático donde ir de un disfrute a otro. Hemos llegado a un punto de la Historia que lo haría posible, porque nunca hubo más comodidades ni adelantos que en esta época. Tú te traes ahora a gente que murió como mis abuelos en los 70 del siglo pasado, y no darían crédito a vernos vivir de esta manera. El móvil simplemente los llenaría de asombro, porque nos dejaron metiendo el dedo en los diez orificios de la rueda giratoria de un teléfono sobre la mesa, y nos encontrarían contestando llamadas en plena calle.

El frío con el que tanto convivieron en los inviernos de entonces, ese frío que quizás aún les cale en los últimos huesos de sus restos, ese frío se lo quita uno de momento dándole a un interruptor. Y lo mismo el calor de los más pegajosos veranos. No se trata de referir aquí una enumeración de ventajas de vivir cuya lista se haría interminable, pero si saltamos a la informática y todo lo que ha generado... si supieran que tanto o más de lo que el televisor se hizo con el centro de los hogares, hoy el ordenador ocupa nuestras habitaciones...

Desde lo más cotidiano, a veces me paro a pensar lo que nos rodea sólo en olores y aromas; por ejemplo, cuántas pueden ser las posibilidades del aseo de una persona en jabones, geles, champús, cremas corporales, lociones, colonias, perfumes… O sacar billetes de todo tipo a través de internet: entradas para espectáculos, localizadores de vuelos, reservas de hoteles...

Las cosas más inverosímiles se han convertido en las más corrientes, de andar por casa. Y no quiero ser tan simple ni arrogante como para recordarlas. Pero observo cómo falta a menudo la conciencia diaria de su disfrute. Cuando caigo en la cuenta de la amplia gama de coches actuales y en las autovías para desplazarnos, plagadas de señalizaciones luminosas y digitales de todo tipo, sólo puedo no entender la temeridad de los imprudentes provocando muertes.

El mal, siempre el mal, eternamente enfrentado al bien. El mal en sus mil y sofisticadas formas de crímenes, terroristas, dictadores, corruptos, usureros, traficantes, violadores... ¿Y las enfermedades, me dirían? Las enfermedades, claro, son las enfermedades. Cuando llegan, llegan. Pero si me refiero a todo lo que queda fuera de ellas, a partir de la puerta de los hospitales tras recibir el alta, vivir podría estar muy cerca de ser un paraíso. Vivir tendría algo de fiesta global. Y la tierna voz de Amstrong no sería la hermosa utopía de un despistado.

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