Hay quien mide la entrega de una madre, como si eso se pudiera cuantificar. Hay quien se sorprende si duermes con él cuando es un bebé o quien te regaña por cogerlo en brazos porque se vaya a acostumbrar ¿a tenerte cerca? Hay quien se echa las manos a la cabeza porque decides dejar la lactancia materna y darle biberón. Hay quien, por contra, mira de reojo a quien continúa con el pecho cuando supera el año. La que te dice que no es bueno que tu niño aún no haya ido a la escuela infantil. Hay quien te mira mal porque el pequeño se mancha toda la ropa, a pesar de que crees que es bueno que aprenda a comer solo. O por el contrario, te da el toque de atención porque tu niño aún depende de ti para terminarse el plato. Está la persona que cuchichea ladeando la cabeza si tu niño no está callado en un sitio público o la que lamenta que tu hijo vea dibujos en una tablet. La que no entiende que no te cuides y la que te tacha de mala madre si decides tomarte un tiempo de ocio. ¿Podemos medir la estupidez? No. Como tampoco se mide el amor de unos padres. 100% maternidad libre.

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