Análisis

Susana Esther Merino Llamas

Bajo la Merced de su manto

Amanece un nuevo veinticuatro de septiembre con el aire empapado un año más de esas promesas cumplidas, plegarias encendidas y una letanía de gratitudes que, y porque así lo quiere Dios, irán de nuevo cobijadas bajo el manto de la que es Nuestra Amantísima Madre, Nuestra Señora de la Merced Coronada, Reina del pueblo jerezano que se ennoblece con su patrocinio.

Hemos dejado atrás nueve días donde las Avemarías de las cuentas del rosario, esa oración sobre la que confiamos en innumerables ocasiones las causas más difíciles, se quedarán alojadas entre los muros del templo basilical. Nueve días donde la docta palabra de las distintas predicaciones nos ha llevado, aún más si cabe, a acercarnos a la figura de la que es Madre del Salvador. Nueve días cargados de matices casi indescriptibles donde el fervor y los sentimientos nos han recordado que el cordón umbilical que nos une a la misma Virgen María se hace cada vez más inquebrantable.

Pero este año, además de mostrarle a Nuestra Patrona ese caudal de devoción al finalizar cada jornada del novenario tras el himno que Pemán le compusiera para su coronación canónica, el carisma de la Redención de Cautivos se encuentra más presente, ya que se conmemoran ochocientos años de la fundación de la Orden de la Merced de manos de San Pedro Nolasco.

Si el motivo que movía al fundador de la Orden mercedaria era ayudar a la liberación de los que vivían atados bajo la esclavitud del cautiverio, hoy en día tenemos la posibilidad de abandonar nuestras miserias y nuestras ataduras bajo ese manto misericordioso, para que, con la intercesión de la que es Madre de Dios y Madre nuestra podamos alcanzar la gracia que deseemos.

Ella, en este nuevo veinticuatro de septiembre, nos estará buscando con su profunda mirada por cada calle, por cada rincón, por cada plaza. Nos mostrará una vez más al que es Redentor de Cautivos, a ese Niño con el rostro de azabache como Ella y nacido de su blanco seno, el que fuera primer Sagrario sin templo. Ella, y casi sin darnos cuenta, nos dejará un beso en la frente, y nos arañará el corazón y el alma cuando los primeros reflejos de la recién estrenada luna de otoño se fundan con la plata de su templete.

Porque Ella, no lo olviden, la Redentora de Cautivos, Nuestra Amantísima Patrona, nos cobijará de nuevo bajo la Merced de su manto.

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