El parqué
Álvaro Romero
Subidas generalizadas
Muchas cofradías contratan una banda con la misma ligereza y superficialidad con la que un Ayuntamiento lo hace para la cabalgata de Reyes, el carnaval o las fiestas de moros y cristianos. De hecho, las mismas bandas suelen participar en todos estos eventos y, si la Cofradía no se toma el debido interés, pueden terminar compartiendo repertorio. Ejemplos ha habido y hay.
Pocas Hermandades trabajan para que la música se incorpore a la acción litúrgica. El Concilio Vaticano II (SC 112), nos dice: "La acción litúrgica reviste una forma más noble cuando los oficios divinos se celebran solemnemente". En concreto, el número 112 de la Sacrosantum Concilium habla sobre la dignidad de la música sagrada: "La tradición musical de la Iglesia universal constituye un tesoro de valor inestimable, que sobresale entre las demás expresiones artísticas".
La música sacra, por consiguiente, será tanto más santa cuanto más íntimamente esté unida a la acción litúrgica, ya sea expresando con mayor delicadeza la oración o fomentando la unanimidad; ya sea enriqueciendo la mayor solemnidad de los ritos sagrados. Además, la Iglesia aprueba y admite en el culto divino todas las formas de arte auténtico que estén adornadas de las debidas cualidades.
El número 116 de la SC, añade: "La Iglesia reconoce el canto gregoriano como el propio de la liturgia romana; en igualdad de circunstancias, por tanto, hay que darle el primer lugar en las acciones litúrgicas". Los demás géneros de música sacra, y en particular la polifonía, de ninguna manera han de excluirse en la celebración de los oficios divinos, con tal que respondan al espíritu de la acción litúrgica a tenor del artículo 30.
Dentro de lo que es la música religiosa solemne, recomendada por el Vaticano II, entre finales del Siglo XI y principios del XII ocurre en la música de la Iglesia un hecho fundamental: la polifonía sustituye a la monofonía. Y sin abandonar el canto gregoriano, aparece el 'organum' y el 'discantus'. Estos estilos se desarrollan durante los siglos XII y XIII hasta llegar al florecimiento del Organum de Notre Dame. Canónigos de dicha catedral fueron sus máximos exponentes, Leonín (1159-1201) y Perotín (ca. 1200). Con Perotín se alcanza el máximo esplendor polifónico creando el 'conductus' y llegando a finales del siglo XIII, al motete.
Hasta aproximadamente 1322-1325, que aparece el término Ars Nova de la mano de Philipe de Vitry, todas las composiciones se habían creado para uso litúrgico y tema religioso. A partir del siglo XIV, también empiezan a prosperar motetes con temática profana. Con la aparición del Ars Nova, los mecenas y príncipes de la Edad Media deben reflejar su poder. Contratan a los mejores artistas para realizar obras que manifiesten el esplendor de su territorio. En lo que nos ocupa, se crean Capillas Musicales bajo la dirección de un maestro. En la corte Papal de Avignón se empezó a contar con una capilla musical que acompañase en la liturgia y en los actos religiosos.
Consecutivamente, las cortes de los Reyes Católicos, Felipe el Hermoso, Carlos I, Felipe II y posteriores fueron los precursores de las Capillas Musicales, con lo que destinaban bienes económicos a crear y conservar estas capillas en sus cortes y en las catedrales. Estas capillas estaban compuestas por un maestro, un coro de niños cantores, cantores adultos que formaban un coro, ministriles (chirimías, bajones, sacabuches), órgano y trompeteros.
La capilla musical de la Catedral de Sevilla fue la más importante entre las catedralicias de España contando con importantes y reconocidos maestros como Cristóbal de Morales, Francisco Guerrero, Alonso Lobo, Diego José de Salazar o, más modernamente Hilarión Eslava. La importancia de la capilla musical de la Catedral Hispalense, incluso la de la Colegiata del Salvador, sería el desencadenante para que las cofradías sevillanas apostaran por trasladar la música del oficio religioso a la procesión. Estas hermandades adaptan la Capilla Musical para que intervenga, por medio de ministriles, en dichas estaciones de penitencia. Como quiera que los músicos se disponían a interpretar su música caminando, necesitaban utilizar instrumentos aptos para esta nueva circunstancia.
Es decir, es la música de ministriles la que sale de la capilla a la procesión y se adapta a las necesidades de la calle y del movimiento. Así ocurre desde finales del Siglo XV y hasta primeros del S. XIX. Se solían interpretar para las procesiones de Semana Santa las mismas composiciones dedicadas a la pasión del Señor y a los dolores de Su Santísima Madre. Durante cuatrocientos años, allí donde había Hermandades y Cofradías, que podían permitírselo, se contrataba el acompañamiento musical de las capillas de ministriles, con sus instrumentos propios: chirimías, sacabuches, bajones, bajoncillos y cornetos, al poco tiempo.
Las primeras composiciones para acompañar las penitencias de las hermandades de Sevilla fueron compuestas para ministriles. De hecho, las más antiguas conocidas expresamente para Cofradías no aparecen hasta el siglo XVIII, atribuidas al ministril de la Capilla Musical de la Colegiata del Salvador, Francisco de Paula Solís. Se trata de un conjunto de ocho piezas homorrítmicas de corta duración a tres voces, dos agudas Triple y Altus y una más grave que da la base de sustentación a la composición. Aunque se les conoce como Saetas del Silencio, originalmente fueron denominadas, y así aparece escrito, como Canciones a Tres y fueron compuestas para ministriles.
Pero ocurrió que a principios del S. XIX, con los procesos desamortizadores, la pérdida de recursos económicos de los grandes templos y las necesidades de apretarse el cinturón, las capillas musicales destinadas a las grandes solemnidades fueron de lo primero en caer. Con ellas se marcha un modo de vida del músico profesional, durante centurias e, incluso, arrastró a la práctica desaparición de sus instrumentos tradicionales, sin perjuicio de que en el plano estrictamente constructivo evolucionaran hacia otros instrumentos perfeccionados durante el S. XIX y XX.
A finales del siglo XIX, músicos entendidos y conocedores de su historia, quisieron revitalizar el género porque el tesoro musical compuesto durante los siglos precedentes para las capillas musicales o de ministriles estaba intacto en las bibliotecas de las principales catedrales de España y del Nuevo Mundo. Pero ni había ya ministriles ni sus instrumentos estaban en uso. Así que recrean una nueva agrupación remedándolos y sustituyendo los instrumentos originales por sus recreaciones del XIX. Se consolida una agrupación de tres miembros, con fagot (evolución del bajón), oboe (evolución de la chirimía) y clarinete (variante de las flautas). Merece especial consideración el trabajo del profesor Gómez Zarzuela en la consolidación de esta nueva clase de agrupación, que se monta 'ex profeso', para el acompañamiento procesional de las Hermandades. Fue la Hermandad del Silencio de Sevilla la que desde más antiguo se hace acompañar por ella hasta el punto de apropiarse, quizás merecidamente, de las Coplas a Tres de la Parroquia del Salvador, que aunque no fueron compuestas para esa Hermandad, ni para esos músicos, ni para esos instrumentos, hoy son conocidas como las Saetas del Silencio.
Llegados a este punto, debe quedar claro que una cosa son las capillas musicales históricas de los siglos XV a XVIII, con sus instrumentos originales (sacabuches, chirimías, bajones y bajoncillos) y otra cosa bien distinta, las mal llamadas capillas, que queriendo remedarlas utilizan instrumentos modernos (oboe, fagot y clarinete). Sin embargo, las auténticas capillas musicales, con sus instrumentos originales -algunos de su época-, tan solo se han visto hasta hace poco en el Jueves Santo jerezano. En Jerez se ha llegado a disfrutar de la actuación conjunta de 11 ministriles, cosa no vista en más de trescientos años. Nótese que en la Boda de Carlos I e Isabel de Portugal actuaron nueve ministriles y en Jerez once.
Dicho cuanto antecede y como en la fábula de Fedro: "El burro quiso tocar la lira, la tocó y rebuznó".
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