Parece ser que tras su estampa de bonachón y prudente saltaba a veces un tipo cascarrabias o de enfado imprevisible que habría desagradado a algún funcionario o rival. Pero ni por venganza se justificaba la fama de tontaina y metepatas de Fernando Morán cuando era ministro de Asuntos Exteriores. En los años de la tele roja de Calviño (padre de la ministra), al enfilar hacia Europa, y la OTAN, era complicado cuestionar la labor del gobierno de Felipe González. Cuando la corrupción política parecía ser sólo un ente gaseoso lanzado desde malévolas posiciones, Morán se convirtió en diana asequible para desgastar el transatlántico de poder timoneado al alimón por FG y Guerra.

En aquellos tiempos tan analógicos, aún conectados directamente con un pasado gris, donde los chistes se comunicaban de barra en barra y en almuerzos con los suegros, los golpes de Lepe tematizados en la figura del ministro fueron un fenómeno profético del humor viral, los memes y las maldades tuiteras. Hasta el periódico ABC dedicó con pachorra un naciente suplemento de humor, Al Loro, con toditas sus secciones, al ministro de carita triste, lo que ya era mostrar una inquina de dimensiones infantiles.

Morán precisamente fue un acertado ministro de relaciones públicas de una joven democracia de la que los demás países ya podían fiarse de ella. Al lado de Ábalos y de los sillones morados del gabinete de Sánchez los ejecutivos ochenteros de González, aun lejos de la paridad, sobresalen como titanes de la diplomacia, la eficacia y la destreza.

El fallecido político estuvo a punto de protagonizar el primer cara a cara electoral, en las europeas del 89 ante Marcelino Oreja, del PP, pero entre unos y otros, consiguieron que la TVE del monopolio se saliera por la tangente y declinó los ofrecimientos. Culto y hábil interlocutor, quedó para la posterioridad cuando Fernando Morán se plantó airado en la puerta del estudio de Encarna Sánchez, en la COPE, y le interrumpió para meterse en antena: "...llevo esperando 25 minutos".

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