Análisis

Inmaculada Moreno

Poeta

¿La Navidad puede ser 'mágica'?

Tribuna Libre / Propagandistas de la Verdad

Llegan los primeros días de diciembre y todo a nuestro alrededor se ha vuelto un empalagoso parque temático infantil (muy muy infantil) de elfos, renos volantes, nieve de corcho y buenismo ñoño. En la tele, los que intentan contrarrestar tanto merengue y guinda sustituyen el decorado por el de una tragicómica cena de adultos, grotesca parodia de la familia, donde -quítame a esta niñita encantadora de aquí para poner a ese cuñado impertinente por allá- lo ácido combina con lo amargo en sustitución del almíbar.

No sé cómo lo ven ustedes, pero a mí me da la impresión de que publicistas, comerciantes, decoradores, concejales de fiestas, y algún que otro alcalde a título personal, se han embarcado en una competición para cubrir con mucho cartón-piedra repintado -a veces de purpurina, a veces de pura pringue y dinero- la sencillez de unos días que conmemoran y renuevan un Misterio anunciado. Anunciado pero encarnado hace aproximadamente dos milenios y que no se agota ni se agotará nunca. Es un Misterio con el que ya deberíamos convivir con naturalidad, aceptando el asombro renovado de que la naturaleza, porque es obra de Dios, se quiebra cuando Él se lo pide y a Él se somete ofreciendo, sobriamente y sin alardes teatrales, lo imposible a todas luces salvo para "Elquetodolopuede". Un Misterio que pudo ocurrir porque una jovencita se arriesga y confía y porque un varón la apoya. Un Misterio que renovamos en nuestro interior y habitualmente en silencio, un Misterio que tiene que ver más con la humildad que con los despilfarros y con la búsqueda de la Verdad más que con la fantasía. Porque es Esto lo que celebramos y revivimos los cristianos, es Esto lo que se llama Navidad; palabra que, si nos habla de algo, es de sencillez y de entrega confiada.

No sustituyamos ese Misterio por una 'magia de la Navidad', la magia es cosa de prestidigitadores y la Navidad es asunto de Dios. Y ya podrán comprender que Dios no combina bien con los tópicos empalagosos de los cuentos de hadas, ni con el triunfo del cinismo que desprestigia el afecto natural de las familias; ni mucho menos tiene que ver con el consumismo obligado y obediente al que nos quieren abocar los prestidigitadores. ¿A que sí?

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