Los que vivimos la Transición sabemos bien qué le debemos a Nicolás Redondo. Un hombre íntegro, austero en su forma de vida y de expresarse, socarrón, muy auténtico. Sin dobleces. Como sabemos que sin Nicolás -en aquella época a casi todos los políticos se les conocía por su nombre propio- el proceso de la dictadura a la democracia habría sido distinto a como fue. Entre otras razones, porque fue Redondo el que en Suresnes apostó por Felipe González como secretario general del PSOE que renacía en España.

Se le pidió que fuera él mismo, militante desde hacía 20 años del PSOE y de UGT, y con años de cárcel a sus espaldas por su antifranquismo. Pero Nicolás se empecinó en que asumiera esa responsabilidad, Felipe González, que junto a Guerra y un puñado de universitarios habían reinventado un PSOE en Andalucía. El PSOE histórico, exiliado, estaba asentado en Toulouse; el de España contaba solo con una cierta estructura, mínima, en el País Vasco y en Madrid. Pero Nicolás vio en Felipe los ojos y la determinación que necesitaba el partido.

Su casa de Barakaldo fue nido, en el sentido literal de la palabra, del nuevo PSOE. Allí su mujer Nati acogía a quienes lo estaban poniendo en marcha, solía recordar Felipe González que siempre había un plato de comida y un colchón para ellos. Nicolás era un referente en UGT y en el PSOE, como lo era Lalo López Albizu, padre de Patxi López. La historia política de Felipe González no se habría producido sin la apuesta decidida de Redondo por el joven abogado laboralista sevillano.

Nicolás se empezó a alejar de Felipe a los pocos meses de convertirse en presidente. Diputado desde el 77, Nicolás fue político y sindicalista muy activo, y pronto demostró que su lealtad a Felipe González tenía límites que no pensaba traspasar. Nicolás promovió la primera gran huelga general de la democracia, por desacuerdo con el proyecto económico y de pensiones del gobierno. El choque político se convirtió también en personal, con el problema añadido para el presidente de que Redondo se aliaba con Marcelino Camacho, secretario general de Comisiones Obreras, en lo que consideraban defensa de los derechos de los trabajadores.

Nicolás Redondo renunció a su acta de diputado en el 87, cuando González era el líder indiscutible de la izquierda y el PSOE tomaba decisiones que cambiaban España, como había propuesto Felipe en su lema de campaña del 82, Por el cambio.

Se retiró a sus cuarteles de invierno de Barakaldo hace una veintena de años, pero nunca dejó de ser el gran referente de la historia de UGT. Hasta su muerte defendió todo aquello que asumió cuando era un joven trabajador de una de las empresas punteras vascas, La Naval. Principios que le llevaron a la cárcel y le hizo distanciarse de amigos, hasta el punto de perderlos, cuando el PSOE llegó al poder.

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