No hay más que ver el importante retroceso que el partido que lidera Pablo ha sufrido en las pasadas elecciones generales del domingo 27 de abril para plantearse si aquél ha de dimitir de su cargo, de su responsabilidad como candidato a la presidencia del gobierno de España. El retroceso en votos, diputados y senadores de su agrupación fue exponencial respecto a los anteriores comicios, con una sangría de votantes emigrados a la competencia, no necesariamente del mismo rincón ideológico. ¿Es responsabilidad de Pablo que los ciudadanos que antes soportaban sólidamente sus siglas hayan dejado ahora de confiar en las mismas? ¿Ha dejado su carismático líder de pasear por los jardines de la elocuencia? ¿Acabó ya de participar incansablemente en todo tipo de tertulias televisivas? ¿Le perjudicó su posición pública sobre Venezuela? ¿Desatendió la gestión interna de su partido?

Hay todo tipo de explicaciones que permiten justificar la solicitud de dimisión de Pablo. Tantas son como las opuestas, que sin duda argumentarán sus correligionarios y camaradas. Ciertamente, y a expensas de un posible aunque quizá improbable pacto electoral con Pedro tras las elecciones municipales de finales de mayo (improbable, porque parece más cercano un acuerdo con Albert), si Pablo asume otra legislatura en la oposición podría decirse que ha fracasado y, por tanto, que ha de poner su cabeza a disposición de la guillotina de su partido, más afilada siempre para los propios que para los ajenos, que ya es decir.

A Pablo le ha afectado, y mucho, el cisma intestino de su partido, que avivó él mismo. Decía Michel Foucault en su libro Microfísica del poder que "La historia de las luchas por el poder, y en consecuencia las condiciones reales de su ejercicio y de su sostenimiento, sigue estando casi totalmente oculta. El saber no entra en ello: eso no debe saberse". Puede ser esta una de las claves que nos faltan para terminar de comprender el declive de Pablo y los suyos: la falta de conocimiento de la realidad intrínseca e inguinal de un partido en crisis.

De todos es conocido -y Pablo no lo ha ocultado, en parte porque no pudo impedirnos llegar a saberlo- el conflicto interno que ha venido acaeciendo en el seno de su partido en el último año: los gravísimos enfrentamientos, los tensos debates, las filtraciones interesadas y las purgas más o menos veladas. Compañeros que antaño revelaban una íntima consonancia, elevaron sus voces y, lo que es peor, su predisposición a un liderazgo divergente al de Pablo. Eso le era imperdonable. Daba igual el pasado común o el bienestar partidista. Ya lo dijo Tácito: "Para quienes ambicionan el poder, no existe una vía media entre la cumbre y el precipicio". Y aunque afectara a su nicho de votos, ese fue el destino encontrado por los que osaron oponerse a Pablo: una escarpada caída hacia el olvido.

Yo sí pido la dimisión del perdedor Pablo, aún sabiendo que rezo a un santo imposible. Esta España en la que erramos los votos sigue siendo la misma patria canónica de siempre. Aunque cada vez salgan menos casados de sus iglesias.

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