La forma en que trabajan las peñas flamencas es digna de elogio. Son un grupo de amigos, de conocidos, de gentes que tienen en común su amor al arte flamenco. Van y se juntan. Tienen un local y allí que se van ellos todos los días que pueden para hablar de sus cosas y ansiar el día en que el arte que aman se plasme sobre las maderas de ese tablao que para ellos es un santuario. Y por supuesto que se toman sus buenos vinos y esas viandas que cada cual llevatras recolectarlas de los puestos más escondidos -y selectos- de esta ciudad. Y cuando llega la hora de la verdad no hay controles en la puerta (salvo en muy concretas ocasiones) sino que ofrecen el arte que han llevado al tablao a quien quiera escucharlo, compartirlo y respetarlo. No en vano, y respecto a este último aserto, no está de más recordar que el famoso dicho "¡vamoascuchá!" nace en las peñas de esta bendita tierra. Gloria a la generosidad de las peñas, al flamenco y a toda la buena gente que logra difundir el amor por algo que consideran parte de su alma. Ole.

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