Análisis

Luis Álvarez

Pepe García, Más Que Un Entrenador

Era un técnico que amaba lo que hacía, un vocacional sin ambages...

Hace pocos días se nos fue nuestro amigo Pepe, sin hacer ruido, en silencio, en medio de una pandemia devoradora que no pudo con él. Quería vivir pero los muchos achaques, el Parkinson y otras patologías acabaron con su resistencia. Los últimos años se mantuvo firme gracias a su familia, amigos y a su fe cristiana. Recuerdo con nostalgia sus inicios como entrenador. Ya tenía experiencia en el mundo del arbitraje pero un día llegó con un equipo no federado a jugar con la AD Pueblo Nuevo. Su humildad, el ansia de aprender, el trato correcto con sus jugadores, la pasión que ponía en su labor me cautivaron. Ese día el club ganó a una excelente persona y se formaría como técnico en una de las mejores canteras de la época. Era cotidiano ver aparecer a las 5 de la tarde a Pepe, 'el hombre de la gorra', por las La Granja para iniciar los entrenamientos. Los niños lo rodeaban ilusionados sabedores que iban a pasar una tarde inolvidable. Los sábados, día de los partidos, traía en una bolsa dulces y refrescos para compartirlos con sus jugadores independientemente del resultado que hubiera. Traía su mascota 'El Chicharito', que la lanzaba al aire antes del inicio del partido y todos querían cogerla. Decía: "Vosotros sois los mejores y uno a uno iba animando a sus niños".

Recuerdo cuando iba de plazoleta en plazoleta por la barriada de La Granja para captar nuevos jugadores para el club. Los Guille, Dani Hedrera, Pacote, Lolo..., que llegaron a jugar en categorías superiores con el tiempo, demuestra que el hombre que siempre iba con su mono azul del trabajo no era un visionario, sino un entrenador que amaba lo que hacía, vocacional sin ambages. Más tarde, la UFRA (Unión de Feos y Raros Andaluces), acrónimo con el que se conocía el citado club, requirió sus servicios desarrollando una labor más que aceptable con sus cadetes. Los tiempos fueron cambiando y el fútbol base también. Ahora, el trabajo ya no le permitía continuar con su pasión.

Un día fui a verte al trabajo para llevarte los reyes de tus hijos como hacía cada año. Presentí que algo extraño te pasaba. No me dijiste nada porque nunca querías que me preocupara. Desde ese día supe que debía estar más cerca de ti y apoyarte. El Parkinson no pudo con tu alegría de vivir. Siento no haber tomado más café contigo o llamarte por teléfono en más ocasiones. Ya no podrás oír el canto del canario que un miserable te robó ni tomar café con tu amigo Antonio. No podrás ver crecer a tus nietos. La vida continúa pero tienes que saber que siempre te recordaré y esta carta quedará grabada en mi corazón porque tus palabras eran más dulces que las gotas de néctar. Adiós, amigo Pepe, que disfrutes en tu nueva vida.

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