Esta sociedad nuestra gusta de la polaridad, de los blancos y los negros olvidando por completo esa gama de grises que es tan necesaria. No está mal que haya quien ame las verduras y odie la carne, quienes gusten del fútbol y quienes detesten los toros, que haya amantes del Real Madrid y fanáticos del Barcelona... Pero hay dos aspectos de estas dicotomías que son dignas de generar preocupación. De un lado, es triste que el hecho de amar algo te lleve a odiar a quien no ama tus preferencias y, pero aún, que esa pasión (trastocada ya en cerril obcecación) pueda cerrarte las puertas de la razón. Es lo que sucede cuando alguien intenta, por ejemplo, convencerte de que una lechuga está más rica que un filete, que un regate de Messi es un arte y una verónica del Paula no, o que un empujón por la espalda dentro del área no es penalty porque ha beneficiado al otro, al rival, al 'innombrable'. En política, la capacidad de empatía con el rival es nula. Cuando el sueldo corre peligro el cuchillo, ya se sabe, se coloca ipso facto entre los dientes.

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