Alberto gana 400 euros al mes. Comparte piso con tres compañeros porque en soledad las facturas se hacen muy cuesta arriba. María, factura más de mil euros al mes y es autónoma. Entre impuestos y cuotas de autónomo, se le queda un salario completamente ridículo. Pedro, que se paga un máster mientras trabaja, cobra 700 euros en negro por dedicarle a su empleo alrededor de doce horas (el día que tiene suerte). Sus amigos, bastante más afortunados que ellos, ocupan puestos de mucha responsabilidad y altas capacidades, no como ellos, que hacen labores que podría hacer un niño de parvulario. Como es de esperar, su cuenta a final de mes parece la de Amancio Ortega. Ellos, médicos, abogados, notarios o qué se yo, contemplan la patética existencia del resto desde un lugar privilegiado. No entienden su conformismo, su falta de ambición o su eterna lucha por la supervivencia cuando al mes le quedan dos días y sólo hay tres euros en la cuenta bancaria.

Dueños y señores del universo, ante la precariedad del resto, siempre se atreven a opinar. Invitan a sus amigos a cambiar de trabajo porque, según ellos, el mercado laboral dispone de puestos idílicos a los que ellos no optan por estar anclados en la comodidad. Los tachan de conformistas, de acomodados y poco inteligentes. Sólo tienen que bucear un poco, salirse de la zona de confort y la cuenta bancaria a final de mes seguirá siendo de lo más boyante. Para ellos, parece que la inestabilidad vital es algo buscado y hasta deseado. Te lo mereces por pusilánime, se puede entrever en su discurso.

Machacados, Alberto María y Pedro (que bien podrían ser Laura, Antonio o Rocío) revisan sus facturas y vuelven a hacer cábalas para, un mes más, sobrevivir a la precariedad más absoluta. Al menos hacen lo que les gusta, eso para lo que se han preparado durante media vida y aquello que un día se convirtió en el único sueño por el que luchar, se repiten como un mantra para no desesperar. Saben que su situación es terrorífica, que otros a su edad (ya se encargan de restregárselo) ganan cuatro veces más que ellos, trabajan muchas menos horas y han alcanzado un puesto que es la repanocha. No son tontos, sabían que con las profesiones románticas nadie se hacía rico, que el mercado laboral tendía a la precariedad y que su subsistencia sería una eterna lucha. Por eso no son conformistas, son unos testarudos empeñados en hacer de su sueño su modo de vida.

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