Aestas alturas ya habrá mirado el reloj un par de veces. A ver, son las cuatro, que antes eran las cinco... Tengo hambre pero no es hora de comer... Me ha entrado sueño pero no son horas de meterse en el sobre... Así todo el día hasta que el reloj biológico se adapte al horario de invierno. Mientras, puede discutir con su vecino en el ascensor, en el bar y en la parada del autobús sobre qué horario es mejor para la humanidad.

A pesar de que los expertos debatan estos días de los pros y contras de un horario u otro, el español de a pie lo tiene claro. Media población se queda con el horario estival y sus atardeceres tardíos, la otra prefiere el invernal y sus amaneceres tempranos. No hay argumentos que valgan. Cada quién se posiciona en una de las dos opciones bajo un único criterio: porque sí y punto. Tampoco hay opción a que un individuo acepte las dos como buenas y vea lo positivo de ambas. Así es el español. No existen los grises: blanco o negro. La tendencia al extremo como forma de vida es algo tan nuestro que produce hasta ternura.

Somos de playa o montaña, Betis o Sevilla (una, que barre para su casa), indie o reggaeton; izquierdas o derechas -pese al desfase conceptual-, tortilla con cebolla y sin ella, frío o calor. De Pasión de Gavilanes o de Frijolito, de Julio Iglesias o Raphael, de bares de ganadores o de garitos de mala muerte. Con la luz apagada o de desafiar a la compañía eléctrica, amantes del madrugón o personas desde las doce del mediodía. Tinto o cerveza, té o café, ciencias o letras. Mamá o papá, pelis de Julia Roberts o de Vin Diesel, de Harry Potter o del Señor de los Anillos. De los que odian la Navidad o de los que se convierten en una guirnalda andante, Feria o Semana Santa, cervezas a mediodía o de noche en discotecas. De saludos mañaneros o de despedidas antes de ir a dormir, público o privado, de Reyes Magos o de Papá Noel. De los que prefieren un libro en papel y de los que sólo usan el electrónico, de ducha matinal o antes de dormir, dulce o salado. Brasero y mesa camilla o aire centralizado.

Sin variedad cromática, sin consenso, el español siempre ve dos bandos y siente que debe decantarse por uno. Será la forma de garantizar largas conversaciones de por vida. Pero si a cualquiera le preguntan por la comida que mejor sienta aquí a mayo, el blanco y el negro se funden en uno. Al español de las dualidades se le olvidan los extremos si se habla de puchero.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios