Las casas son de quienes las labran y es justo que por ellos sean nombradas y pasen a la posteridad. El palacio de Bertemati lo soñó Juan Dávila Mirabal y aún se puede leer su apellido en el barandaje. El palacio de Domecq lo es del Marqués de Montana. Villapanés conserva el nombre de sus verdaderos promotores y medio palacio aguarda pacientemente el derrumbe, -la ruina ya la tiene-, ante la indiferencia cómplice de cuarenta años de urbanismo democrático y de politicastros indolentes. El mal llamado Palacio Pemartín, bien pudiera llamarse de Hinojosa que lo labró, o de Pío de Villavicencio que lo reconstruyó. El de las Cadenas, que sí es de Pemartín, nadie lo llama así.

El palacio de Puertohermoso, que realmente lo es de Domecq porque lo labró Pedro Domecq Loustau anda como 'la falsa moneda'. Hace poco aparecía en prensa que el Ayuntamiento no sabía qué hacer con él. Vaya una propuesta 'gratis et amore'. Lo primero que debe plantearse es adquirirlo. Algo tendrá el Ayuntamiento con lo que seducir a Marlasca. Una vez adquirido, remozarlo adecuada y espartanamente, con triple finalidad.

En ocasiones, como edificio representativo del poder civil. Muchas festividades, especialmente las de carácter religioso, podrían tener en el Arroyo la representación municipal y religiosa a pocos metros y, por fin, en un mismo espacio. También serviría como oficina de turismo, en su momento.

Por último, lo más importante, una oficina que proyecte, ejecute y financie la reforma del agonizante casco histórico, sin prisas pero sin pausa, calle a calle, empezando por Puertohermoso y penetrando como el itinerario de una cofradía: Barranco, Curtidores, Peones, Luis de Ysasi, San Honorio, Plaza Belén, Plaza de San Lucas, Cabezas, Plaza del Mercado, Justicia… Una cada año.

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