Desde que Adán comió en el paraíso del fruto prohibido, el hombre fue condenado a ganarse el pan con el sudor de su frente. La sentencia divina no quedaba ahí. También condenó a la bicha a arrastrarse por el suelo y comer polvo todos los días. Y condenó a Eva, inductora de la mordida, a padecer dolores en sus preñeces. Los expulsó Jehová del huerto de Edén para que se buscaran la vida escardando remolacha con un almocafre. ¡Cuánto dio de sí comerse una manzana..!

A partir de entonces se instauró el trabajo. Antes no hacía falta porque en Edén había de todo. Queda claro, pues, que el trabajo es una maldición divina. Aunque hay quien dice que un hombre bien comido y bien bebido puede pasar sin trabajar mucho tiempo sin perjuicio de ninguna clase. Pero esa es la obligación desde entonces: el pan nuestro de cada día.

Actualmente, para gestionar estas maldiciones bíblicas, contamos con una Ministra de Trabajo que, a la vez, es Vicepresidenta del Gobierno. Por las mechas del pelo bien pudiera haber salido de un cartel electoral del Partido Popular, pero no se engañen, es comunista pura de oliva. Volviendo al relato bíblico, un consejo: 'No sucumbir a la astucia de las serpientes'. Se supone que la Ministra debe favorecer el trabajo para los españoles. Pero no. Pretende emular a su predecesor Largo Caballero que por Decreto de 5 de marzo de 1937 implantó, por primera vez en España, las tarjetas de racionamiento.

En aquella época estas cartillas dependían del Ministerio de Comercio que era el encargado de determinar los artículos de primera necesidad, la cantidad por individuo y familia y sus precios. Resulta triste que un Ministerio de Trabajo, en vez de impulsar iniciativas para crear riqueza, proponga medidas para administrar el hambre. Para eso ya están los comedores parroquiales de Cáritas y no cobran.

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