Pues resulta que hay espectadores que ven las series pulsando a la tecla de visionado rápido para que los episodios que consumen en lugar de durar una hora pasen la mitad de tiempo. Hay espectadores que, según en qué secuencias, le dan al mando para que aquello no se extienda más de lo que sus inquietas neuronas son capaces de aguantar.

Se lo acabo de leer a Borja Crespo, uno de mis críticos de referencia. Lo había oído muchas veces. Es algo que se escucha en las conversaciones de salón. Pero la verdad es que leérselo a un especialista impresiona. Es como dar fe de una práctica corriente oficializándola desde el púlpito. Como si un editorial de la revista Caimán. Cuadernos de Cine lo diera por cierto y constatara.

Entonces, me pregunto, ¿dónde va a parar el mimo y el aprecio que los realizadores ponen en sus obras? ¿Quién goza de sus matices? ¿Quién se detiene a valorar sus hallazgos? Hemos perdido la paciencia. Al tiempo que nuestra curiosidad se sacia en un instante, y necesitamos más y más estímulos para pasar el rato.

No sólo me creo las palabras de Borja Crespo. Me parece que se queda corto. Les cuento una anécdota. La semana pasada asistí al preestreno de La casa de verano, de Valeria Bruni Tedeschi. La sala estaba, de casi trescientas butacas, estaba llena. Era gratis. Pero no pueden imaginar cómo comenzó a salirse la gente a partir de la media hora de metraje.

Unos salían, y no sólo eso, los que optaron por quedarse (¿por el aire acondicionado?, ¿por no tener nada mejor que hacer? ¿por estar sentados cómodos, como en el sofá de su casa?) manejaban sus tablets y móviles con la naturalidad con la que los habitantes de la era analógica echábamos un vistazo al reloj de nuestras muñecas en la oscuridad de otros tiempos. Ver, lo que se dice ver, la película completa la vieron pocos, aunque la miraron, de aquella manera, algunos más... Pues me da a mí que con las series pasa igual.

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