Debemos al héroe griego Akademo el nombre de estas juntas. No en vano, la leyenda coloca en los jardines de su gimnasio ateniense el lugar en el que Platón fundó La Academia, fruto de la pasión por enseñar y del gusto por aprender. De lo anterior solo está en boga, tristemente, el gimnasio.

El siglo XVIII trajo las Academias Ilustradas. La primera, la Real Academia Española -aún no figuraba la lengua por ninguna parte-, aunque pronto fue conocida por el músculo bocal. Su lema: "fija, limpia y da esplendor". Su emblema: un crisol sobre ascuas. Su meta: "cultivar la pureza y elegancia de la lengua castellana, dominante en la nación española". Al menos, eso dicen sus estatutos fundacionales.

Próximamente y por ley, muchos españoles no tendrán el deber de conocer la lengua española, ni el derecho a usarla.

La Real Academia Española ha esputado un comunicado, políticamente correcto, pero manifiestamente insuficiente y cobarde. Como a los militares degradados se les arrancan los galones, a esta Academia pusilánime habría que mutilarle los atributos. El primero, ya lo hizo Felipe V desde la misma fundación, al cortarle la lengua del nombre…toda una premonición. Podría continuar Felipe VI retirándole el uso del título de Real, hoy es incompatible la corrección política y la realeza. Se podría renombrar como Academia Panamericana. Las ascuas y el crisol de su emblema, suprimidos… es más agua que fuego.

Los académicos, con la aljofifa y el plumero que -otrora-, fijaban, limpiaba y daban esplendor a la lengua dominante en la nación española, podrán ingresar en el servicio doméstico de cualquiera de las otras Academias de las lenguas minoritarias en la nación. Y, si sobran reaños, se les corta cualquier otro atributo que les cuelgue de su historia.

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