Análisis

Joaquín Aurioles

Regulación y poder de mercado

En esta guerra de precios cada uno hace lo que puede, pero unos pueden más que otros. Entre ellos las eléctricas y los carburantes, con más capacidad para trasladar al precio las subidas en los costes. Los economistas lo achacan a la elasticidad. Cuanto menos elástica (más rígida) sea la demanda, es decir, más insensible a los cambios de precio, mayor será la parte del coste que el productor repercute sobre el cliente. Casos ejemplares durante la pandemia han sido las mascarillas, los test de diagnóstico e incluso las vacunas. La salud es una de las cosas por las que se está dispuesto a pagar lo que nos pidan. También la luz y la gasolina.

Pero la elasticidad no depende tanto de las características del producto, como de su mercado. Si no hay sustitutivos la demanda se hace rígida y los precios tienden moverse con los costes. También cuando el número de productores es tan reducido que desarrollan "poder de mercado", es decir, capacidad para influir en el precio que fijan los mercados. También puede influir otra circunstancia: la capacidad de estrangular el crecimiento.

El calificativo de estratégico a un sector productivo es impreciso porque depende del objetivo final en el que se esté pensando, pero en todos los casos aparecen aquellos que, si no responden adecuadamente a lo que se demanda de ellos, pueden provocar que toda la economía funcione deficientemente e incluso limitar el potencial de crecimiento. Tradicionalmente han sido aquellos que se denominan básicos. Siempre ha existido dependencia de la siderurgia, la química básica, los sectores energéticos (carburantes, gas y electricidad), la banca, el comercio y el transporte, aunque de un tiempo a esta parte también de las telecomunicaciones y de los servicios intensivos en tecnología, pero no todos tienen las mismas posibilidades de trasladar sus costes a los precios. A veces lo impide la competencia, como es el caso de algunos sistemas de transportes, en otros la eficiencia de los controles públicos, como en la banca, aunque en los casos del comercio y las energéticas las fortalezas para eludir la presión de la competencia y defender sus márgenes de beneficios parecen particularmente sorprendentes.

Ahora sube el precio de la bombona de butano y subirá el de los alquileres. La primera un 4,9% debido a que también suben sus materias primas y el transporte y se deprecia el euro frente al dólar, que es el medio de pago habitual en el mercado de los hidrocarburos. Vemos que los operadores en este mercado no tienen dificultad en trasladar costes a precios. El problema con los alquileres está en la regulación. La fijación de precios máximos y la concesión de ayudas provocará un incremento del 5% en 2022, según la Agencia Negociadora del Alquiler (ANA). El problema vuelve a estar en una elasticidad elevada, pero en este caso en la oferta. Cuando los precios tienden a ajustarse a la baja, los productores abandonan los mercados. Si además se reducen las garantías frente a los morosos y el entorno fiscal se hace más hostil, aumentan los incentivos al abandono de los alquileres y a la venta de las propiedades. Según ANA, habrá menos viviendas en alquiler y más caras.

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