Análisis

gumersindo ruiz

'Roma' y el servicio doméstico

Me llamó la atención de la película de Alfonso Cuarón que, tratando situaciones de pura política, no hay política en ellas. Que la deje a un lado o pase por encima resulta indiferente, la cuestión es que la relación entre la mujer de servicio, Cleo (Yalitza Aparicio), y la dueña de la casa, Sofía (Marina de Tavira), se presenta de una manera extraordinariamente armoniosa. Cleo, interna, trabaja todo el día de forma agotadora, en una casa con dos niños y una niña; y no sólo se ocupa de lo material, sino que tiene ratos para dar afecto a los niños, y antes de dormir hace una pequeña y alegre gimnasia con la cocinera, con quien comparte el cuarto de arriba, junto al lavadero. No se ignora la miseria de los barrios de chabolas y calles embarradas, ni la matanza de manifestantes en los sucesos del día del Corpus Christi de 1971, en Ciudad de México, pero se presentan sólo como una realidad amenazante y quizás inevitable, tal como debió verla Cuarón que tenía entonces diez años. Roma -el barrio bien de México en la época- es una película de mujeres, de relaciones entre mujeres y niños. Cuando sale el marido del Cadillac, que apenas cabe en el garaje de la casa, se crea la expectativa de ver a alguien de aspecto importante, pero su insignificancia nos dice enseguida que va a durar poco en la película, como así es; al igual que el espantoso individuo del que Cleo se queda embarazada.

La situación de Cleo no nos resulta extraña, pues el papel de algunas mujeres de servicio doméstico ha ido más allá de la materialidad de hacer que funcione la casa, siendo un elemento de equilibrio en la familia, a la que da su trabajo y afecto, pero de la que también recibe estabilidad económica. Los tiempos cambian, y hoy no se dejan las cosas a la buena voluntad de cada uno, por eso la regulación del servicio doméstico es una responsabilidad de política pública, y la elevación reciente del salario mínimo a 12.600 euros al año por cuarenta horas de trabajo semanal parece algo razonable para que pueda vivir una persona (aunque resulta desproporcionada la cuota de más de 300 euros mensuales para la Seguridad Social). Con ello se avanza en el punto de la Agenda 2030 de Naciones Unidas -que prácticamente todas las organizaciones públicas y privadas han suscrito- para el empleo con reducción progresiva de la pobreza, dentro de un crecimiento sostenido e inclusivo.

No hay indiferencia en Cuarón, que hace una película realista, y, aunque su mirada no es la crítica del realismo italiano ni la de Buñuel, tiene ese hipnotismo que nos absorbe: la casa, las calles, los perros, la fiesta de fin de año, el incendio, las artes marciales en un descampado, las manifestaciones, el aborto, la calma y determinación con la que Cleo afronta el peligro de los niños en la playa, su liberación de la depresión tras el parto, el optimismo con que la familia sale del conflicto. Como dice el crítico de cine Anthony Lane, es persuasiva en su belleza por los pequeños detalles del recuerdo, la claridad con la que Alfonso Cuarón nos hace mirar las cosas y entrar en los sentimientos, y porque la mirada de Cleo -la protagonista, que rueda su primera película- no es de una placidez resignada, sino serena en su estoicismo.

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