Alo peor la pandemia sí. Pero por lo demás, no nos merecemos lo que nos está sucediendo. No nos merecemos las dudas de los de siempre para vacunar con criterio a ciudadanos asustados y rotos por tanta negligencia y por tanta lucha mercantilista de laboratorios que usan la sanidad como coto de caza privado sin pensar en la realidad de la vida humana.

En el mismo sentido, es difícil entender que se traten a menas como manadas de animales, a migrantes como demonios y a barrios urbanos como ghetos de la nueva sociedad capaces de ser catalogados por quienes se creen con más derechos que el registro de la propiedad a imagen y semejanza de los tiempos de judíos perseguidos. Por supuesto tampoco nos merecemos la serie de líderes que se insultan sin pudor, se cargan debates de la palabra o tienen un tono de voz tan peculiar y diferenciado en la búsqueda de crear personajes pintorescos clonados en función de la determinada fuerza del espectro político. No nos merecemos los personajes de la, nunca mejor dicho, caja tonta, comiendo y bebiendo telebasura introducida con calzador en cualquier medio. Ni a los gerifaltes de superligas futboleras que amasan fortunas construyendo estadios o vendiendo derechos televisivos aborregando fans y hooligans de cerebro plano.

Tampoco es de recibo tener que aguantar la cara tan dura de tantos y tantos gestores que prefieren mentir y engañar a través de las redes sociales para desgastar a los demás. No nos merecemos a quienes hacen que los libros y las rosas dejen paso a cartas con balines o a quienes usan el poco sentido común del lenguaje para derrochar idiocia. Pero, sobre todo, no se lo merecen nuestros hijes, nietes y sobrines. Están teniendo el peor de los aprendizajes. Cómo podemos explicarles comportamientos tan crueles.

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