Análisis

ANTONIO FLORES PEDREGOSA

Enólogo y Master Blender de González Byass

Sherry Revolution. La revolución con sentido

Había llegado temprano a Londres, me registré en el hotel y estuve tentado de cenar en mi habitación. Estábamos a finales de marzo y, por increíble que pareciera, la tarde era demasiado buena para pasarla repasando itinerarios, reuniones y catas que me esperaban durante siete exhaustivos días en los que recorrería, junto a mis vinos, el Reino Unido, desde Dover hasta Edimburgo. La tarde era mía y no pensaba desaprovecharla.

Bajé por Pentoville Road hasta una pequeña placita en Rengent Quarter. Allí estaba mi destino, un pequeño local, 'Pepito Bar', donde esperaba sentirme protegido de la gran metrópoli que a esas horas de la tarde rugía como una fiera a punto de devorarme.

El local era pequeño, coqueto, entrañable, sin faltarle cierto aire de modernidad y diseño. En todos sus rincones se respiraba Jerez. Las botellas perfectamente alineadas mostraban toda la riqueza de nuestros vinos: finos, manzanillas, amontillados, palos cortados, olorosos y dulces. Sin dudarlo, me senté en un extremo de la pequeña barra y pedí al chico pelirrojo, que en la trastienda cortaba raciones de jamón con la precisión de un cirujano, "a glass of Tío Pepe, please". Llegó frío, apetecible, con pequeñas gotitas de condensación que acariciaban el cáliz y se deslizaban lentamente por el tallo hasta el pie de la copa. La acerqué a mi nariz con la rutina de un catador profesional, casi involuntariamente y, en ese instante, una oleada de sal y flor me inundó. El primer sorbo fue corto y directo como un latigazo restallando en mi boca para recorrer lentamente mi garganta dejando un rastro seco, sápido, largo y reconfortante que me hizo sentir seguro y tranquilo, como si estuviera venenciando en La Constancia, la bodega donde comenzó todo.

'Pepito' empezó a llenarse poco a poco, como se rocía una bota, mientras los londoners acababan su jornada laboral e inundaban de alegría la 'City'. El camarero pelirrojo, con pintas de zaguero de la selección inglesa de rugby, no paraba de servir, detrás de la barra, olorosos, amontillados, palos cortados, con sus nombres y apellidos, Alfonso, Leonor… , acompañando a platitos con jamón, queso payoyo, tortas del Casar, anchoas, alcaparras y más vino, Solera, Tío Pepe en Rama... Y detrás, las preguntas que me asaltan y emocionan: ¿Qué hay detrás de cada copa de Tío Pepe? ¿Qué ha llevado a esta gente joven, moderna, sofisticada y profesional, a disfrutar con nuestros vinos?

Las respuestas: honestidad y verdad. Dos palabras sobre las que Jerez ha basado su resurgimiento y que no deberá olvidar nunca. La búsqueda del origen en nuestra tierra, blanca y generosa, como una madre que nos vincula en el tiempo y en el espacio. El trabajo en la bodega, lento, pausado, minucioso y preciso. El ejemplo de los hombres que creyeron, creen y hacen nuestro vino, trabajadores de la viña, toneleros, arrumbadores, capataces, enólogos, vendedores, formadores. Las familias que, generación tras generación, han apostado por un negocio que ha pasado por innumerables vicisitudes y que no han abandonado. Cuánto me acordé de Manuel González-Gordon, de su hijo Mauricio González Díez y de mi padre. ¡¡Cómo hubieran disfrutado!! Pedí una segunda copa y brindé por ellos. Y esa revolución fue calando en Londres, Nueva York, San Francisco, Tokyo y Shangai para darle la vuelta al mundo de la mano de los grandes chefs y sumilleres que hicieron de nuestros vinos el complemento indispensable de la cocina internacional, para volver a España, a Madrid, a Sevilla, como los vinos de ida y vuelta, mejores, con más fuerza.

Y allí estaba yo, absorto en mis pensamientos y disfrutando de toda la flor y toda la vida que me ofrecía esa copa de Tío Pepe que, sorbo a sorbo, menguaba en mi mano -¡a dos mil doscientos setenta y tres kilómetros de la bodega!- cuando dos chicas que no llegaban a los treinta, entre risas y empujones, gritaron: "¡¡Two glasses of Viña AB, please!!". Me dio un vuelco el corazón, habían pedido mi vino. Me presenté, pedí otra copa para mí, brindé con ellas -"¡¡Cheers!!"-, las invité, estaba feliz. Salí a la plaza, casi no cabía un alfiler. Los primeros acordes de un grupo de rock atronaron en la plaza. King´s Cross tembló, allí estaba la Sherry Revolution levantando su copa. Allí estaba la revolución necesaria, la revolución con sentido.

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