El parqué
Álvaro Romero
Pequeñas subidas
El título de este artículo no es original, corresponde a una obra de José Luis Martín Descalzo de finales de los años sesenta. En sus diferentes capítulos basándose en textos de la pasión va narrando historias de sufrimientos humanos y reflexiones sobre la muerte de Jesús y cómo la cruz está presente a lo largo de cada día de la historia en general y de la nuestra en particular. De esos millones de cruces de la historia van estas líneas, que no pretenden ser una homilía pero si una reflexión sobre el significado de este día y de la cruz. Una cruz que desfila por nuestras calles a lo largo de esta semana que denominamos santa. Los cristianos a costa de ver tantísimos crucificados, hemos ido perdiendo el significado real de lo que ocurrió hace más de dos mil años en el Gólgota de Judea. Nos hemos quedados en la estética de las imágenes pero no en su significado más profundo.
A modo de introducción vaya por delante estas tres citas: "Además de un hecho, la cruz es un símbolo y como todo símbolo invita a pensar" (Paul Ricoeur); " la cruz como símbolo especifico invita a la conversión, a cambiar en el modo de pensar" (Jurgen Moltman); "la cruz es presencia de Dios porque el pueblo crucificado es el signo de los tiempos. Y además es exigencia a una praxis: bajar de la cruz a los crucificados de la historia" (Ignacio Ellacuria).
Desde el prisma de que no hay una cruz si no millones de ellas a lo largo de la historia, adquiere la cruz un sentido de universalidad. Es cierto que la cruz de Jesús es específica, y -creyentemente- la que ilumina las cruces de la historia. Pero también es cierto que estas retrotraen la cruz de Jesús a la realidad, y le quitan todo carácter esotérico. Esa realidad que también a Jeremías, a Espartaco, a Juan Bautista, a Jesús, a Juana de Arcos, a Gandhi, a Martin Luther King , a Monseñor Romero a religiosos y religiosas, a creyentes de África y América Latina que fueron crucificados por ser, como Jesús, coherentes con sus creencias. No podemos olvidar las masacres modernas de Auschwitz, Hiroshima, Vietnam, Camboya, los Balcanes, los Grandes Lagos, Irak, Siria, Ucrania, Yemen, el Congo y un sinfín de guerras más. Se consideraba una barbarie las cruces que proliferaban en los caminos del imperio romano pero de una forma diferente, pero no menos cruel, la historia sigue repitiendo.
Y a ello hay que añadir la cruz más perenne y recurrente, la de la muerte lenta de la pobreza con millones de seres humanos muertos por hambre, los excluidos, los inexistentes, los no tenidos en cuentas, abandonados en las cunetas de la historia. Y esto no es un concepto abstracto. No hay que ir a los denominados países del tercer mundo para visualizar esas situaciones, basta con darse un paseo por los arrabales de nuestras ciudades y Jerez al igual que otras tantas tiene también su Gólgota poblado de cruces.
Por tanto no podemos caer en la paradoja de hablar y escribir sobre la cruz de Jesús e ignorar las cruces de la historia, como si la realidad fuese ahora amiga de los pobres.
Los cristianos caemos muchas veces en la tentación de pensar que ninguna otra cruz puede acercarse a la de Jesús en sus efectos salvíficos o en su capacidad de hacer presente a Dios en la historia. Este pensamiento deshumaniza a Cristo, quien no sería ya el Jesús que vivió, actuó, fue perseguido y asesinado, como verdadero ser humano, sin añadidos con respecto a nosotros. Y a su vez lo desolidariza respecto a todos los crucificados. San Pablo en su carta a los filipenses lo define a la perfección al escribir que "Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y a una muerte de cruz". Fue un hombre cualquiera, haciéndose solidario con todos los crucificados de la historia, que sufrió como tantos otros el escarnio, el desprecio, la violencia de los verdugos y sobre todo la soledad y el abandono de los suyos y hasta del padre. No puede ser más desgarrador y expresivo el grito que profirió antes de morir: "Dios mío, por qué me has abandonado".
Al hablar de la cruz de Jesús no hay que olvidar que antes de convertirse en la cruz fue una cruz entre otras interminables, y fue cruz producida por la estructura crucificante de la realidad. La cruz dice ante todo algo sobre la realidad de este mundo. Nada se entiende de la cruz de Jesús si no se entiende la realidad de un mundo que crucifica. Bonhoeffer decía que "los cristianos son los que permanecen al pie de la cruz". Por tanto la cruz expresa para los cristianos exigencias ineludibles.
He titulado este artículo "Siempre es Viernes Santo", pero no podemos caer en el abatimiento que cayeron sus seguidores y que tan bien expresa el evangelio de Lucas en el pasaje de los discípulos de Emaús y por ello también hay que decir que "Siempre es Domingo de Resurrección". Muerte y resurrección que conmemoramos cada día en la celebración de la eucaristía.
El que se haya ilustrado este artículo con una foto de Jesús resucitado, podría pensarse que ha habido un error al maquetar esta página porque he venido hablando a lo largo de este artículo de la cruz. Puede parecer que no pega pero no quiero pecar de algo que es muy habitual en los cristianos a la hora de celebrar la Semana Santa, que nos quedamos en el Viernes Santo y con el Santo Entierro se acaba las celebraciones de esta semana y como no es así y termina con la celebración de la Vigilia Pascual, momento cumbre de nuestra fe, tengo que terminar hablando de la resurrección y por ello en el título y en la foto dejo patente que hay cruz pero también hay resurrección.
Es complejo hablar de la resurrección de Jesús y más en tan pocas líneas. Lo que está claro que fue un acontecimiento que no puede ser homologado con ningún hecho histórico, al quedar sustraído a las coordenadas del espacio y del tiempo y que tampoco fue un simple volver a la vida anterior interrumpida por la muerte. El evangelio de Juan, en la narración de la última cena tiene dos frases muy esclarecedoras que explica el trance de la resurrección: "Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre" y "sabiendo que venía de Dios y a Dios volvía".
Pasar y volver. Un muerto no pasa ni vuelve, solo puede hacerlo un vivo. Un viviente capaz de transformar la vida de sus seguidores, asustados y huidizos tras su muerte, al experimentar que Jesús seguía vivo. "No ardía nuestros corazones", afirmaban los dos discípulos en el camino de Emaús tras su encuentro con el maestro tras reconocerlo al partir el pan. Ese fuego que infundió Jesús en sus seguidores, sigue infundiéndolo en todos aquellos que experimentan que Jesús vive porque han hecho de su vida un seguimiento de su mensaje y su estilo de vivir centrado en su opción preferencial por los pobres, marginados y crucificados de la historia.
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