Además de subirme a la espadaña, suelo ejercer el arte olímpico del paseo pedestre y la observación; no digo que llegue al pensamiento peripatético, pero me dejo llevar por los efluvios mentales soñando imposibles utopías. Confieso que, en alguna corta etapa, usé auriculares de conexión inalámbrica, que me gustaban por dar esa sensación de libertad, sin tanto cable colgando por el cuerpo. Me pareció que iba acorde con los tiempos. Los deseché pronto, porque me hacían callar el silencio. Ahora camino, a lo sumo, con una gorra deportiva de camuflaje, pues no sería apropiado sacar el birrete. Los paseos me proporcionan un cierto encuentro conmigo mismo, en la retaguardia del ruido, dejando la palabrería, tan confusa, en la babel de la ciudad. Comprendo que sea paradójico que en el exceso de comunicación se dé el mayor grado de confusión posible; no debería ser, pero lo es. El ruido ha estrangulado la voz - incluso a Frank Sinatra- con tanto bullicio y algarabía que nos tiene aturdidos. Quizá necesitemos ese galimatías para hacer callar el eco profundo que se oye en nuestro interior, ¿quién sabe? El silencio puede dar miedo, como daban miedo las calles vacías durante el confinamiento. El vacío puede resonar en nosotros, y eso da jindama. Habrá que exorcizar el silencio. Lo dicho: no es tanto el silencio lo que da escalofrío cuanto el vacío que llevamos dentro, que pretendemos tapar con ruido, y, de esta guisa, seguir con la conciencia distraída; a mayor vacío, mayor ruido, como los tambores. No sé cuáles serán las palabras para hablar del silencio, porque, con la contaminación acústica, también se han agotado sus reservas, como el petróleo. Las palabras también se extinguen cuando nos acostumbramos al ruido; entonces pasan desapercibidas. Así le sucede a un buen amigo mío que vive junto al aeropuerto, que la costumbre le atempera el ruido de los aviones.

Vivimos tan enganchados a los aparatos que necesitamos de una pausa, como la buena música, para apreciar la armonía. No es silencio vacío lo que reclamo, sino espacios significativos donde la palabra penetre dentro y resuene con sentido: ¡equilibrio! Sin silencio estaremos en un barullo de botellón, moviendo el 'body', sin posibilidad real de escuchar al otro; salvo que el nuevo encuentro interpersonal se establezca con estas novedosas maneras 'arcaicas', y sea así, con espasmos eléctricos y sacudidas vertebrales, como se escuche ahora. He observado una evolución notable en la reducción lingüística que se produce en tales diálogos: los monosílabos hacen, ahora, las veces de las vetustas construcciones gramaticales; el mismo Chomsky, con toda su revolucionaria teoría lingüística del proceso del lenguaje, jamás lo hubiera podido imaginar. Y ahí estamos. Claro que, mirándolo bien, en los debates políticos tampoco encuentro diálogo excesivo. Se supone que el diálogo no sólo es hablar; también es oír, por lo menos, hasta que termine el otro de hablar; aunque, eso, en la tele, lo regulen moderadores con cronómetros en ristre ¡qué locura! Quiero decir con esto que, para hablar una lengua, también habría que aprender sus silencios, sus insinuaciones, sus pausas, su ese 'no sé qué que queda balbuciendo'.

Pregunto: ¿no habremos perdido la capacidad de asombro para descubrir la belleza? Necesitamos silencios para encontrarnos con el maravilloso mundo que tenemos por delante, para 'no empobrecer las cosas -decía Gandhi- con nuestras palabras'. Precisamos hallar la verdadera palabra sin tantos sonidos espurios e innecesarios. El hombre necesita silencios para escuchar el susurro de la vida, claridad para no perderse en la niebla de los atosigamientos, silencios para entendernos en algo ¡qué paradoja! Nuestros representantes, por ejemplo, han convertido el Parlamento en un 'Charlamento' de pim-pam-pum, con más exceso de palabras que de contenidos, con más ruidos que nueces. Así estamos, en debilidad, sin credibilidad institucional y en una inanición de la palabra por causa de no haber más silencio. Sin silencio nos hemos quedado solo con discursos; las palabras en improperios; el ágora ociosa; y, mientras, las promesas electorales en… En lugar de 'tomar la palabra' deberían, sus señorías, 'tomar el silencio'… ¡Un poquito 'de por favor'!

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