Análisis

francisco andrés gallardo

Sudáfrica

Lo vivido hace diez años en el Mundial nos parece ahora un cuento fantástico

El país iba cuesta abajo en 2010 y la crisis económica aún arreciaría hasta desencadenar en un cambio de partido en el Gobierno. Habíamos perdido euforia y confianza pero la selección de fútbol insuflaba autoestima y esperanza, que es a fin de cuentas lo que necesitábamos como sociedad entonces (sí, también hoy) para remontar los tiempos difíciles. El fútbol y otros éxitos deportivos sirvieron para generar buenas vibraciones. La nostalgia hace cosquillas cuando evocamos el verano de diez años atrás, que por momentos nos parece que fue ayer y frente al repaso de todo lo que ha sucedido desde entonces también se nos antoja como un tiempo remoto en el que todos envejecimos deprisa. En aquel Mundial la piel del oso se vendió por adelantado y por un momento creímos que iba a suceder lo de siempre. Pero por una vez a la selección le salieron a continuación las cosas encarriladas. Es decir, lo imposible a veces sucede. El trío de títulos de Aragonés y Del Bosque todavía se lo podremos relatar a los nietos como un cuento fantástico.

En este verano de mascarillas, donde las dudas sobre el futuro son efectivamente ciertas, lo sucedido en 2010 en la otra punta del continente que miramos desde Tarifa nos vuelve a despertar lágrimas de emoción. Por la comunión colectiva de un triunfo que el propio fútbol tenía pendiente con la afición española. Fue una historia con final feliz representado en el beso de Casillas y Sara Carbonero, lástima de la ingratitud hacia el valioso guardameta en su salida del Real Madrid. Tan frustrante como la postrera actitud de Xavi Hernández a su país, España, que le había dado un afecto sin fisuras. Un cariño como el que se le entregó a Iniesta. Una de esas personas que nunca decepciona.

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