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Análisis

J. M. Morillo león

Tagarninas ermitañas para Beatriz Montañez

La vida espartana en estos días de calor nos lleva a ir desnudos, como los hijos de la mar, del sombrajo a la orillita del mar o a la piscina en caso de tener alguna familia obsequiosa con cedernos su espacio acuático. Todo sea vivir (bien) al menor precio posible. Al menos durante esta semana vamos a hacer vacaciones eremitas low cost, huyendo de la civilización y remitiéndonos al existir apartado en homenaje a Beatriz Montañez y si ella lo deseara, con su compañía durante un rato.

En estas vacaciones haremos como las estrellas de Hollywood, nos acicalaremos lo menos posible, evitaremos el aseo excesivo para que la flora de la piel nos aporte grasa protectora y nos limitaremos a enjuagues poéticos en salvas sean las partes y algún pliegue cutáneo que haya que atender.

Confeccionaremos una comida de subsistencia con lo que la tierra y el mar nos da como maná para compartir este menú con nuestra admirada ermitaña. Si estamos en la costa atlántica de Huelva y Cádiz podríamos construir una nasa para capturar camarones, y haríamos unas tortillitas con harina de habas silvestres o de girasoles agostados. Más crudívoros serían unos erizos o unos ostiones destapados de las rocas con un punzón afilado de piedra para este aperitivo paleolítico que ya consta hace 100.000 años por las playas del Estrecho.

Como plato principal para compartir con Beatriz Montañez haríamos unas tagarninas esparragás. No es época de estas plantas pero todo es buscar por los montes de Los Alcornocales, con alguna seta de sorpresa.

En una cacerola de barro que hayamos labrado con nuestras manos y cocida en un horno metido en el berrocal agregamos partidos y lavados los tramos jugosos de las tagarninas. Hervimos en agua unos quince minutos y apartamos. En un mortero de sílex agregamos un par de dientes de ajo, sal, pimentón, comino y un par de rebanadas de pan duro fritas. Trituramos para hacer así el majado. Sofreímos en aceite de acebuchina las tagarninas y añadimos el majado. Removemos de vez en cuando y dejamos reposar al cabo de unos quince minutos. Añadimos un par de huevos de nuestras gallinas salvajes y dejamos cuajar otros ocho minutos a baja temperatura.

Así da gusto ser eremita, como nos reafirmaría Beatriz al darle a probar el almuerzo en el mismo recipiente. Para brindar, qué mejor que un cuenco de hidromiel, miel de colmena silvestre recolectada, con cantidad doble de agua del riachuelo y dejada reposar a la sombra durante una luna. Menudo licor para adomecerse al atardecer mientas escuchamos a lo lejos a los depredadores y sus aullidos. Qué gozosa es la vida al aire libre.

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