El móvil es para muchos en estos días más esencial que nunca, sobre todo para los más mayores. Es su nexo con el mundo exterior, la vía de ida y vuelta que los une a los suyos, sin el que sería imposible la comunicación. No se trata en esas circunstancias de una dependencia viciosa. El artilugio es aquí una ventana abierta a las voces -y a los rostros- de la familia, la única tabla a la que aferrarse en el naufragio de estos días mientras se aguarda que amaine la tormenta y todo acabe en buen puerto.

Dicho lo cual, reconociendo esa esencialidad puntual, el artefacto es para tirarlo. De acuerdo, depende de la edad y de la situación y del carácter de cada uno, pero me topo con algo que dice el eurodiputado del PP Esteban González Pons y lo suscribo: "Los que nacimos en los sesenta somos los que vamos a hacer la revolución de tirar el móvil" (El País, 26-4-2020). Quizá lo de revolución suene algo pomposo. Yo lo dejaría en un acto bastante más íntimo. ¿Catártico? Puede, sí, pero a solas: cómo disfrutaré si algún día me lío con él a martillazos. González Pons afirma que el virus, además de matar, ha terminado de cargarse el mundo analógico y nos ve a los boomers -él lo es- como pollos sin cabeza en la era digital. Sí, algún día me buscaré una buena machota, consumaré mi venganza y me abriré un apartado de correos.

Es que, por lo demás, los hechos me reafirman en mi aversión al móvil. A lo que ha hecho con muchos de ¿sus usuarios?. Yo diría sus víctimas. Es un difusor de malas noticias. En estos días pandémicos se multiplican y aplastan a las buenas. Porque te llegan al móvil vía whatsapp, sms y llamadas todos los fallecimientos habidos (y hasta por haber), pero nacimientos ni uno. Y los hay, me consta.

Pero los natalicios ya no son noticia. En los sesenta salíamos en la prensa local. Y con las felicitaciones la madre seguía igual de gorda, como si no hubiera parido. Sin embargo los natalicios desaparecieron de los periódicos. Los obituarios y las necrológicas no. Los nacimientos no interesan, como si nacer fuera normal, algo vulgar, y morirse algo excepcional y novedoso que sólo le pasa a unos cuantos y por lo tanto hay que contarlo. A mí me da que lo difícil es venir a este mundo. Dejarlo no es tan complicado, hasta puede hacerlo uno mismo. Pues nada, la gente prefiere contarte los muertos. No digo que haya que ignorarlos, pero algunos sólo se dedican a eso: "Se ha muerto Fulano". "Se ha muerto Mengana". Un buen colega y su mujer tienen un hijo en medio de este fangal vírico -una victoria de la vida sobre la muerte- y a poco felicito al padre tras el destete. Nadie informa. De los muertos todo lo que quieras, incluso si no quieres.

Claro, del recién nacido no hay nada que contar. Salvo que ha nacido. Lo cual, siendo ya bastante, no parece tan importante como para darlo a conocer. Del muerto sí, y se cuentan un montón de cosas. Y aunque hay bastantes casos en lo que lo más humanitario es callarse, el móvil echa humo. Sí, si va a servir sólo para eso, lo tiro.

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