Análisis

SUSANA ESTHER MERINO LLAMAS

Trescientos años de belleza

Aunque hayan transcurrido tres siglos desde que la gubia de Ignacio López dejara de dar forma a las reconocidas y maravillosas obras que contaba en su haber, no cabe la menor duda de que el prestigioso imaginero besó la cima del buen hacer cuando llevó a cabo la factura de la Reina del Calvario, el blasón de la hermosura del Viernes Santo jerezano, Nuestra Señora de la Piedad.

Trescientos años de belleza que han contemplado ensimismados ese llanto de porcelana, el sonrosado lirio de sus mejillas de nácar y un poderío que se desgrana desde la presea que corona su celeste majestad, hasta el filo de sus benditas plantas.

Trescientos años llorando ante la sepultura del Hijo que fuera cincelada por Juan Laureano de Pina y que es bruñida por la plata de la luna de Santiago cada Madrugada de Sábado Santo, calle Taxdirt arriba.

Trescientos años mandando en los medios de ese barrio moreno que desgrana su azabacheado lamento con la jondura de una plegaria hecha cante que se queda prendida a los hilos de oro que las Antúnez posaron sobre la inmensidad de su manto protector.

Trescientos años de una Piedad de Madre que nos regala el calor de su regazo, el auxilio que se desgrana del candil de su cristalina mirada y la intercesión ante el Padre cuando nos postramos ante Ella sembrando de Avemarías y Salves encendidas el joyel de su camarín.

Trescientos años siendo cuidada, además de por su hijos de la hermandad de sus amores, por el discípulo amado, el que la consuela y le dice al oído que la Resurrección está a la vuelta de un suspiro y que el sudario que están tejiendo con sumo mimo, al tercer día quedará desenvuelto como prueba de que ya no cabe ni duelo, ni luto, ni dolor.

Trescientos años siendo guardiana de cabeceras, la mejor enfermera para el alma y para el cuerpo cuando nos vemos envuelto en el desaliento, la angustia y la soledad.

Trescientos años exhalando jerezanía por cada blonda que enmarca su tez de porcelana, por cada filigrana del pañuelo que sostiene su mano de terciopelo, por su blanco talle, Primer Sagrario sin templo, que acunó al que no va muerte, sino que duerme, aguardando la vida eterna.

Trescientos años cumplidos en este de 2.018, donde Jerez entero ha de peregrinar hasta las puertas de su Real Capilla para respirar cofradierismo de categoría, cariño, sencillez, labor callada, y para derramar todo nuestro fervor y toda nuestra devoción hacia Ella porque son, nada más y nada menos que trescientos años de belleza.

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