No deja de ser curioso, por no decir indignante, que Pedro Sánchez se erija ahora como el dirigente que clama por la unidad de los partidos para defender los intereses de los españoles, cuando es el presidente que ha hecho cuanto estaba en su mano para volver a las dos Españas de maldito recuerdo.

Han sido e Iglesias los que han echado abajo el esfuerzo que se hizo en la Transición para apostar por la reforma en lugar de la ruptura, por mirar hacia adelante y dejar atrás la pesadilla de una Guerra Civil, y por restaurar sus derechos a los vencidos sin tratar como malditos a los vencedores. Entre los personajes más sólidos de esos años en los que se creó la nueva democracia había personajes del franquismo pero también muchos que lucharon contra el franquismo y sufrieron sus hieles. Las que por edad nunca sufrieron ni Sánchez ni Iglesias, que se presentan como abanderados de la demolición de símbolos y nombres de la dictadura.

Sin duda, la España de Sánchez e Iglesias es mucho peor que la de Suárez, Felipe, Calvo Sotelo, Aznar y Rajoy; Zapatero ya apuntaba maneras, pero no asumió posiciones tan extremistas como las de su compañero Sánchez.

Se le llena la boca hablando de unidad pero utiliza el BOE para romperla, y así va a ser difícil que alguien crea en sus propuestas. Quiere llegar a acuerdos con el PP porque quiere seguir en Moncloa.

Casado cree en la necesidad de unidad por el bien de España, aunque no cree en la palabra de Sánchez ni tampoco que se plantee la unidad de forma generosa. Aún así, Ana Pastor mantendrá el diálogo con Illa, Elvira Rodríguez con Calviño y Enrique López con Campo, el ministro de Justicia.

No deja de ser significativo que, dos años después de ser elegido presidente del PP, Casado apueste por la experiencia en lugar de dar cancha a los dirigentes que presentó en el congreso de su partido como la gente con la que quería crear el PP del futuro. ¿Será que al fin, ha comprendido que un partido de gobierno no se puede formar desde la bisoñez?

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