Cuando uno piensa que nada puede cambiar, que los días se repiten y que así lo seguirán haciendo hasta el mismísimo fin de los tiempos, uno tras otro. Cuando la monotonía ya es algo normal, de repente, y sin apenas haberlo reflexionado, se pone por delante un irremediable cambio de ciclo que, quieras o no, nos cambiará la vida para siempre.

Toda esa estabilidad que has querido dar a tus hijos, todas las tomas de decisiones para que eso sucediera y respetar así su tranquilidad, todos los esfuerzos, y todos los "empezar de cero otra vez", cuando ya todo eso parece lo normal, lo de siempre, y estás más que acostumbrado a ello, llega el día del verdadero corte del cordón umbilical en el que los hijos emprenden el vuelo, su momento ha llegado.

Ahora, aunque no lo quieras, llega el día de la aceptación, de un nuevo "reiniciarlo todo otra vez" e inventar irremediablemente una nueva vida, nuevas rutinas, nuevos modos de vivir, nuevas estructuras sociales, y sin olvidar que las inevitables preocupaciones ahora las tenemos a distancia.

Verse con la necesidad de resetear completamente el disco duro de los antiguos modos de hacer y crear una vida nueva. Así son los cambios de ciclo, uno no los busca, llegan solos, y solo nos queda la esperanza de que son para bien. Todo cambio regenera y renueva, no son sólo amaneceres para los que se van, sino también para los que se quedan, abriéndose así un nuevo portal, una nueva vida que inventar, aprendiendo a amar incondicionalmente y sobre todo a saber dejar ir, que para una madre no es lo más fácil, pero así es, así es la vida. Saber dejar ir con todo el respeto y toda la compasión por esa nueva vida, por esa nueva etapa y ese nuevo ciclo.

Te apoyo, te quiero y te dejo ir para que crezcas y le des forma a tu alma, a tu destino y a tu propia existencia. Vuela alto mi niña.

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