Lo de la vacunación a temprana edad ha hecho llorar a miles de pequeños durante décadas. Era ver la aguja y formar el espectáculo con la inteligencia defensiva que les caracteriza. Como el terror va por bandos, de la noche a la mañana ha cambiado la historia y ahora las campañas de vacunación tienen como objetivo otros grupos de edad. Ahora toca que se acojonen los adultos con el miedo insoportable que tienen a la jeringa de turno. Demasiado tarde. Porque el error ha estado en no crear la misma conciencia solidaria mucho antes, cuando era el momento de la prevención.

Y en estas ciudades nuestras vacías de contenidos, donde el silencio se adueña de la calle, lo esencial no sabemos lo que es, el destino viene marcado por un programa de vacunación y la alerta está basada en suposiciones, es cuando vamos adquiriendo conciencia de enfermos de una plaga. Por lo que está pasando, por cómo lo están gestionando y por todas las ineptitudes que vemos alrededor. Colegios que cierran los padres. Hospitales que controlan los coches particulares. Empresas que cierran la policía local. Parques que acotan los profesionales de Urbaser. Si los teatros, los bares y los parques están sufriendo en sus carnes es por la falta de criterio de algunos. Alcaidesas que viven en redes sociales. Delegados que se pierden en disquisiciones. Picarones endiablados que se vacunan antes que nadie. Y para colmo, el tremendo ejemplo de consejeros que no dan importancia al valor de los culillos.

Aunque el culo forme parte de nuestra vida como otra parte del cuerpo. No solo por la vergüenza ajena de no poder mirarse la parte de atrás o por la falta de experiencia en ofrecer la retaguardia a las primeras de cambio, sino porque, ya puestos, habría que vacunar en el culo como siempre para dejar las vergüenzas al aire. Mejor administrar vacunas de sentido común y si es posible en el cerebro.

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