Jamás aprenderemos a valorar lo nuestro. Apreciar lo que tiene el vecino antes que lo que tenemos delante de nuestras narices es ya una tradición. En Jerez, entre muchísimas cosas más, destaca el flamenco, su vino y el caballo. Son sus tres emblemas más conocidos en el exterior. El vino, quizás, se salve, pero, el flamenco y el caballo parece ser que para algunos están ahí y poco más. Sabemos que lo tenemos, pero ni nos molestamos en conocer más de ellos. El pasado sábado sin ir más lejos me presenté en el depósito de sementales para presenciar un espectáculo gratuito -para que no les sirva de excusa a algunos- en el que se ofrecía diferentes modalidades, con caballos campeones a nivel internacional. Una maravilla, en una tarde estupenda y un sábado. La asistencia no alcanzaba las 200 personas. Este mismo espectáculo fuera de la ciudad, cobrando por supuesto, se llenaría de público. Igual ocurre en el flamenco. Parece que tiene que fallecer algún cantaor o guitarrista para que se le empiece a tener en cuenta. Jerez tiene muchas carencias como ciudad, sí, pero es única y con un valor incalculable que no aprovechamos.

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