Todos tenemos en nuestra memoria historias para no dormir, unas pocas para no contar y otras muchas para olvidar. Lo mismo les pasa a muchas de nuestras ciudades. Historias que conforman una verdad oculta o una mentira piadosa de su evolución.

En Jerez no podía ser menos. Por eso seguimos empecinados en no dormir con lo de una ciudad de la justicia fantasmagórica que anda de espaldas a las necesidades y que ni se preocupa por un pendón medieval que, a la larga, trae más quebraderos de cabeza que otra cosa, aunque por aquello de la famosa frase de un alcaide jerezano, lo del cachondeo se queda en pañales a la hora de definir la situación.

Es cierto, que cuando el poder judicial se pone farruco es de lo más recalcitrante que tenemos en nuestro sistema, porque acostumbrados a mezclar cosas con la política, demasiados pocos problemas acaecen entre dimisiones y designación de cargos, para que ahora vengamos pidiendo normalidad para una necesidad.

Las cuitas, los embargos y la asistencia letrada anda desparramada en diversas localizaciones, para que así el personal se entretenga con google en sus móviles y hagan un monopoly figurado para saber a qué edificio debe acercarse sin miedo a equivocarse, tener que volver por sus pasos, dar media vuelta y salir corriendo para otro.

Tenemos la ciudad justiciera más grande de media Europa. Además, no se atisba que de manera inmediata se llegue a iniciar movimientos de tierras porque, por otra parte, no se sabe ni dónde tienen que clavar la pala las excavadoras. Ni proyecto, ni licencia, ni presupuestos ni fecha de ejecución.

Algo fundamental en cualquier lugar que se precie sigue siendo una historia truculenta para no dormir, y lo peor es que no tiene visos de solución. Otros pueblos o ciudades son ejemplo de unificación de juzgados. De dar facilidades al ciudadano. De avanzar en equidad. Envidia sana.

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