Tiene 57 años y acaba de ganar su tercer Dakar. Carlos Sainz, leyenda de los rallies, ha vuelto a hacer historia. Historia que va más allá de lo deportivo y sirve de ejemplo tanto a jóvenes como mayores. Acostumbrados a ver ganar títulos a chavales que no van más allá de los 20, lo de Sainz es toda una proeza. Porque solemos pensar que juventud es sinónimo de talento, de habilidades en su máximo esplendor y de éxito asegurado. Y no. Si bien es cierto que la naturaleza dota a los individuos de unas cualidades, como la fuerza, la destreza, la agilidad o la velocidad de reacción, que con el paso de los años van deteriorándose, más cierto es que más sabe el diablo por viejo que por diablo. Y si el Dakar, por leyes de la naturaleza, lo debería haber ganado alguien con vista de águila, velocidad de guepardo y reflejos de lince, llega la experiencia para tirar por tierra toda lógica biológica.

No era la primera vez que Sainz se subía a un coche de rallies o participaba en un Dakar. Por eso, aunque algunas de sus habilidades hayan mermado con el paso de los años, sus tablas le otorgan el súper poder de saber qué hacer y cómo reorganizar sus capacidades para hacer de sus debilidades sus mejores puntos fuertes. Y eso es algo que no se puede saber en los tempranos 20, ni siquiera en la madura treintena. Deben pasar los años, celebrar éxitos y aprender de los fracasos; conocerse a uno mismo por encima del rival y descubrir que el factor juventud es, afortunadamente efímero. Por eso, la victoria de Sainz es lección de vida para todos. Para los que todavía nos creemos los reyes del mundo y adelantamos a ese señor mayor que nos dificulta el paso en una transitada acera y para los que, resignados nos ceden el paso porque para ellos la vida ya pasó y pocas victorias le quedan por celebrar en ella. Porque ni el joven, por el hecho de serlo, llegará a la cima ni el viejo, por sentir lejana su juventud, se quedará en la base de la montaña a contemplar a los pipiolos pasarles por encima. Como la liebre y la tortuga, no llega antes a la meta aquel al que la vida le regala los dones, sino el que trabaja sin descanso, no pierde la fe y sabe hacer de sus carencias la mejor excusa por la que enfrentarse a los retos.

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