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Se ha comenzado a conmemorar este año el 450 aniversario de la fundación de la Cofradía del Santo Crucifijo de la Salud, cuya celebración se prolongará también durante todo el 2024. En efecto, la cronología de sus primeros años de vida es doble, dado que en 1573 se produce el hecho de su creación y en 1574 la aprobación de las reglas por parte del arzobispado de Sevilla. Este bienio de efemérides es una ocasión idónea para traer a colación las noticias más antiguas de la existencia de esta corporación cofrade jerezana.
Sin duda, sus primitivas reglas son el testimonio escrito más cercano al momento de su fundación. Conservadas hoy en el Archivo Municipal de Jerez (()()), recogen no solo las ordenanzas relativas a su funcionamiento, sino también algunos inestimables datos históricos, como el momento exacto en que la hermandad fue organizada: el 24 de marzo de 1573, Viernes Santo (cap. III). El incipit de las mismas -cuya reproducción acompaña este artículo- señala en cambio el 4 de marzo, pero debe tratarse de un error del copista del manuscrito, ya que en esa fecha aún no ha entrado la primavera y es imposible, por tanto, que tal día fuese el Viernes de la Pasión del Señor. Y, aunque después de estas constituciones vendrían otras, las primeras, aprobadas el 31 de marzo de 1574, tuvieron siempre un carácter especial, casi reverencial. No en balde, la inveterada, estrecha y conflictiva relación existente entre antigüedad y cofradías haría que su memoria y, por ende, la de la fundación no se perdiese en el tiempo. De hecho, en la segunda mitad del siglo XVIII la fecha de la aprobación de las reglas era aún de notorio conocimiento, pues el canónigo de la Colegial Francisco de Mesa Ginete, a la hora de componer su Historia de Jerez, advertía esta con exactitud (()()).
Mucho se ha discutido acerca de los orígenes de la Hermandad del Santo Crucifijo y su vinculación con los agustinos. Por lo pronto, las propias reglas de 1574 sitúan a la vanguardia de los fundadores a fray Pedro Clavijo, prior del monasterio de Nuestra Señora de Guía, y no ha de extrañar esto si tenemos en cuenta el fervor general de los agustinos por la imagen del Santo Crucifijo, como así había quedado atestiguado en otras poblaciones andaluzas. Efectivamente, la Cofradía del Santo Crucifijo de Jerez debió de ser una suerte de filial de algunas homónimas previamente fundadas, algo que, desde luego, los estatutos no intentan esconder cuando, en el momento de establecer ciertas instrucciones, añaden que se cumplan «como es costumbre en otras partes do esta cofradía está» (cap. XIII). Sin embargo, la relación con la Orden de San Agustín no estuvo llamada a perdurar. No sabemos bien por qué se produjo la ruptura, acaso porque el principal valedor, el P. Clavijo, poco tiempo después de la fundación había sido destinado a otro convento dejando a la cofradía en la más cruel orfandad (()()), o bien, en relación a esto último, por desavenencias con los frailes agustinos que quedaron en Guía (()()), o bien, como se ha apuntado recientemente, por una cuestión eminentemente práctica: el cenobio agustiniano estaba situado en una zona de la ciudad realmente inhóspita, muy difícil de practicar en los meses de lluvia por el barro allí acumulado, lo que pondría en serio aprieto no ya las salidas procesionales de la cofradía en Semana Santa, sino también la visita a la iglesia para la veneración de las imágenes y las consecuentes limosnas (()()). Lo cierto es que a inicios de 1590 hay constancia de que había cambiado de sede y se encontraba radicada en la parroquia de San Miguel (()()).
A pesar de todo, tampoco en el templo del Arcángel los cofrades del Santo Crucifijo encontraron al principio la paz, probablemente por algún conflicto con las otras hermandades allí existentes -al menos la del Santísimo y la del Dulce Nombre-, de modo que en el mismo año de 1590 llegaban a una avenencia con los frailes agustinos para regresar a su monasterio de Guía (()()). Aducían los hermanos, sin que, por cierto, haya quedado testimonio alguno en las reglas de 1574, la gran devoción que sentían por Nuestra Señora del Socorro, que había permanecido en poder de los religiosos. Así que la vuelta a Guía entrañó, amén de un necesario nuevo entendimiento con ellos, la recuperación del culto y la devoción a la Virgen del Socorro, que, si consideramos la extensión de su veneración por toda la ciudad como poco desde principios del siglo XVII, la Hermandad del Santo Crucifijo aprovecharía para su propio beneficio.
¿Cuándo recaló definitivamente en la parroquia de San Miguel? Aunque no hay pruebas documentales que lo avalen, es un hecho que hubo de estar relacionado con el abandono del monasterio de Guía en 1623 y el traslado de los agustinos al edificio que había sido sede del Hospital del Pilar, muy cerca de la iglesia parroquial. Si los cofrades del Santo Crucifijo fueron directamente a ella o si quedaron algún tiempo en el nuevo cenobio es algo que no podemos contestar. No obstante, está acreditado que antes de la mitad de la centuria ya estaban en San Miguel, pues en 1647 se concertaban desde allí con el pintor Manuel Díaz de Tejada para encarnar la imagen actual del Santo Crucifijo de la Salud, obra probablemente de José de Arce, que no en vano trabajaba por aquellas fechas en la conclusión del retablo de la capilla mayor y testificó, como sabemos, en el referido contrato de policromía.
Es cierto que la llegada definitiva a San Miguel supuso la adquisición de una nueva imagen cristífera de un valor artístico poco acostumbrado aún en la ciudad por su alta calidad, pero igualmente conllevó la renuncia al culto a la Virgen del Socorro, que permanecería con los frailes agustinos hasta la desamortización. Desde entonces, la titular mariana tornó en la advocación de Nuestra Señora de la Encarnación, que se ha mantenido hasta nuestros días. Nada se sabe de la primitiva imagen.
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